El once ideal

Los malos partidos son una categoría futbolística. Sin ellos no habría fútbol. Son necesarios. Cualquier equipo puede sacárselos de la manga, también los grandes, y pasar de estar instalado en el liderato a despeñarse por unos cuantos empates y derrotas encadenados. Eso ha sido siempre así. Lo que resulta novedoso son las razones que pueden exponer a un club a la amenaza de los malos partidos con penosas consecuencias, como la ausencia de equipo suficiente. El fútbol, al igual que todos los órdenes humanos, está sometido a cambios, y quizá uno de los más profundos sea la desaparición de eso que un día se llamó "el once ideal".

La fragilidad del jugador moderno, la facilidad con la que se lesiona, recae, enferma, ha dado un nuevo sentido al concepto de titularidad. Casi han desaparecido las diferencias entre futbolistas titulares y suplentes. Hubo una época que podías ser una cosa y la otra y serlo para siempre. Algunos porteros todavía lo son, pero para el resto de puestos se instituyó la rotación, ya por fatalidad, ya por mero cálculo, para evitar justamente nuevas fatalidades. La posición de un jugador en un equipo es permeable, de modo que consigue entrar en el once inicial porque un compañero está lesionado, y al poco tiempo exactamente al revés.

Vinicius entra en el campo en el lugar de Hazard.

Alcanzamos ese punto en el que los futbolistas que se sientan en el banquillo deben generar la sospecha de si no serán, en realidad, mejores que los que copan el campo. La titularidad no es lo que fue. Ahora, simplemente no dura. Hay que estar inventándola cada tres días. Quedan lejísimos los tiempos en los que incluso un equipo grande podía permitirse un par de zopencos en la plantilla, especializados en jugar, sólo en los días muy especiales, tres minutos al final, para perder algo de tiempo. Sólo tenía sentido invertir en titulares, y, como mucho, en un par de jugadores de recambio. Pero el negocio se multiplicó, el calendario se llenó partidos, los cuerpos se volvieron piezas quebradizas y ahora ya casi no se puede aspirar a nada si no se tiene el mejor banquillo del mundo.