El robo del siglo y el duelo del siglo

El enésimo partido del siglo comenzó como el sueño húmedo del buen tribunero culé: con un ambiente virtual que no para de cantar, que no cesa de animar, en las antípodas de lo que suele ser un Camp Nou acostumbrado a disfrutar del murmullo selectivo. A ras de césped, donde el camelo figurativo de las retransmisiones televisivas no tiene ningún valor, el estadio vaciado sirvió para ahorrar a los culés el silencio atronador que suele acompañar a los goles del Madrid cuando estos tienen alguna trascendencia. Valverde cogió por sorpresa a la defensa del Barça y también al realizador, que no acertó a pulsar el botón de mute para dar solemnidad al arranque del velatorio.

La alegría de un Madrid huérfano por el flanco derecho la disimuló el empuje contagioso de Ansu Fati. Si el fútbol sigue siendo un pasaporte directo a la infancia, Ansu se ha convertido en un recordatorio constante de que las penas se quitan jugando a la pelota. También de que no hay niño sin su coco, sin su monstruo particular, y los del Barça son Sergio Ramos y los árbitros, aunque quizás no por ese orden de importancia. Acertaron ambos esta vez, y todo lo construido en la primera parte se disolvió como un azucarillo mientras en el Camp Nou seguía animando de manera antinatural: nada que reprochar al colegiado, pero sí a un ambiente impostado que se ocupó de robarnos la dignidad.