El chantaje del pelotón al Giro

Una etapa totalmente llana de 258 kilómetros en la antepenúltima jornada de una gran vuelta no tiene ningún sentido. Y mucho menos si está situada entre dos citas de gran montaña, el día después del Stelvio y el día antes de un imponente encadenado por los Alpes que finalmente ha habido que modificar por la pandemia, pero que inicialmente, cuando el Giro de Italia diseñó el recorrido de 2020, sí figuraba en los planes. Para que Arnaud Démare sumara su quinta victoria al esprint, o para consentir una escapada y echarse a dormir, que eran las dos opciones que proponía un trazado de esas características, no hacía falta montar semejante maratón. La 19ª etapa original, entre Morbegno-Asti, era una incongruencia de alto calibre. Pero, dicho esto, era una incongruencia que se conocía desde el 24 de octubre de 2019, cuando el mapa de la 103ª edición del Giro se presentó en Milán. Desde entonces, hoy hace un año, ha habido tiempo sobrado para que los ciclistas o los equipos protestaran al respecto. No hacía falta esperarse a la misma mañana de la competición.

Si el factor diferenciador era el frío y la lluvia, el sinsentido del pelotón se duplica. Primero, por no haber expuesto sus argumentos con más plazo. Segundo, porque el mal tiempo forma parte de este deporte desde sus orígenes. Una cosa es un escenario que ponga en riesgo la seguridad de los corredores, y otra muy diferente competir con 13 grados en otoño. ¿Dónde está el peligro? La actitud del pelotón de ayer fue, simplemente, un chantaje al Giro. Y también una absoluta falta de tacto hacia un organizador que, como hizo el Tour y como hace ahora la Vuelta, ha trabajado para salvar la carrera en plena pandemia, con la amenaza de los positivos, con los recortes de puertos en Francia... Para proteger, en definitiva, la supervivencia del ciclismo. De equipos y de corredores, en este caso desagradecidos.