Este club está muy vivo

De todas las situaciones rocambolescas que ha vivido el FC Barcelona a lo largo de su historia, dentro y fuera del terreno de juego, la actual es quizás la más extrema. Si el club sobrevive a esta tormenta perfecta, en plena pandemia, sin público, podremos decir que lo aguanta todo. Tiene a un presidente, Bartomeu, que debería que haber dimitido cinco veces, pero no se da por enterado. Entretanto él mismo inició una renovación tan mal orquestada que parece un giro lampedusiano: que todo cambie para que todo siga igual. Se cambió al entrenador y se fue el director técnico, y poco más. El único que quería marcharse, Leo Messi, fue obligado a quedarse, y a su vez todos los que estaban señalados siguen en el equipo, excepto Rakitic. Incluso Luis Suárez podría ser “uno más de la plantilla”, en palabras de Koeman, aunque fue el holandés quien le anunció que no cuenta con él.

A una semana de empezar la liga, el vestuario del Barça parece el camarote de los hermanos Marx. Jugadores como Todibo, Vidal o Rafinha no reciben ofertas, y varios jóvenes no saben si su destino es el primer equipo o jugar en Segunda B. Hace un mes que Setién espera el despido oficial y llevará el club a los tribunales, y el médico Ricard Pruna, 25 años en el Barça, se marcha por discrepancias en la gestión. ¿Algo más? Ah, sí, la caja está vacía.

Ante tanto caos y torpeza, un amigo periodista, extranjero, me preguntaba el otro día si el Barça sigue siendo más que un club. El esfuerzo por convertirse en un negocio ganador y con una influencia global, argumentaba, ¿no habrá quebrado esa identidad única, forjada a través de un estilo de juego y el arraigo familiar? Puede que tenga razón y esta deriva sea también una de las herencias negativas de Bartomeu, pero su contrapunto son los socios, la masa social. Conseguir las firmas necesarias para una moción de censura, en condiciones tan adversas, demuestra que la base del club está viva y con fuerza para acelerar por fin ese cambio que Bartomeu se niega a aceptar.