Adiós a Bale, el jugador líquido

Regresa Gareth Bale al Tottenham y abandona el Real Madrid, donde ha permanecido ocho temporadas, con un rastro difuso, el de un jugador que por sus características no se ajustaba al patrón clásico de un equipo que siempre ha presumido de su consistencia, espíritu competitivo, negación a la derrota, laboriosidad y eficacia.

El Real Madrid alcanzó la cima del mundo con una manera de hacer y de pensar que remitía a las ideas del siglo XX, ideas sólidas, colectivas, industriales, sin concesiones a la viruta frívola. Así eran sus ídolos, desde Alfredo Di Stéfano hasta Raúl, pasando por una pléyade de futbolistas comprometidos hasta la médula con el club. La hinchada valoraba esa dedicación espartana tanto o más que la clase, excepto cuando la clase también participaba de las cualidades que destacaban en el Real Madrid.

Al aficionado no le importaba el ego de sus estrellas, siempre y cuando fueran capaces de rendir cuentas cotidianamente. Hugo Sánchez estaba hecho para el Real Madrid. Cristiano Ronaldo es un jugador del siglo XXI, pero encajó como nadie en el equipo. Facturó goles todos los años, todos los meses, todos los partidos. Su vanidad se perdonaba como un leve y a veces molesto pecadillo. Lo que contaba eran los goles, el terror que infundía en los contrarios, la sensación que producía en el campo.

Gareth Bale fue el primer '100 millones' de la historia del fútbol. Resultó algo más caro que Cristiano Ronaldo y rara vez se pareció a él. Bale ha sido el jugador posmoderno por excelencia, el producto perfecto de esta sociedad líquida, donde se impone lo individual y lo fragmentario, donde las fábricas colosales ya no producen barcos, ni acero, sino logaritmos, data, aplicaciones, bots y redes. A Bale nunca se le pudo asociar con los valores clásicos del Real Madrid. Desde el principio se trató de un jugador de instantes, un portento de cualidades mal compaginadas, como esos magníficos relojes que dan mal las horas.

Bale, el día de su presentación como jugador del Real Madrid en el Santiago Bernabéu.

Algunas características de Bale venían de fábrica, de su procedencia. A diferencia de los jóvenes británicos que ahora están tamizados por una mayoría de grandes entrenadores del continente europeo, con el valor añadido que eso supone para su futura adaptación en ligas extranjeras, Bale procedía de una cultura futbolística muy insular, una nación que miraba al fútbol europeo con el mismo escepticismo, o desdén llegado el caso, que describe a los partidarios del Brexit.

Hay muy pocos ejemplos de jugadores británicos que hayan triunfado en los campeonatos del continente. Posiblemente cambiará en el futuro, pero no por la influencia de sus dirigentes y entrenadores. En el fútbol, la influencia europea ha cambiado gran parte de los registros ingleses, aunque se resistan a admitirlo. Es una pena que a Bale le haya podido su britanidad, su empeño en no adherirse a los códigos de su nuevo equipo y de su nuevo país.

Bale tenía todo, pero le faltaba casi todo. Era el más rápido, el más potente, el rematador perfecto, un cabeceador impecable…Dividido por partes era un fenómeno. Reunidas las piezas, a veces parecía un mecano mal configurado. A Bale había que esperarle, y en ocasiones había que esperarle una eternidad, problema acrecentado por las lesiones y por la escasa pasión que demostraba en el campo. Siempre ha dado la impresión de salir corriendo del estadio, como si tuviera cosas mejores que hacer.

Protegido por el presidente como ningún otro futbolista, siete temporadas han sido demasiadas para Bale y para el Real Madrid. Nunca le gustó el día a día, el sacrificio cotidiano, la implicación emocional que demanda el juego. Jugaba a ser Bale, es decir a establecerse como un jugador de momentos, de highlights, de acciones brillantes para los cortos resúmenes televisivos. En eso no traicionó a nadie. Cuatro o cinco de sus grandes momentos ayudaron al Madrid a conquistar títulos en España y en Europa. Quizá alguien pensaba que merecía la pena pagarle 30 millones de euros brutos por temporada, a cambio de esperar los tres grandes momentos de la temporada y de irritarse por su creciente apatía. La hinchada se cansó, el club se cansó y Bale, también. Hasta sus acérrimos en la prensa viraron cuando Florentino Pérez giró el viento, que siempre había sido de cola para el jugador galés. Se va cedido Bale, vuelve al Tottenham, encontrará una atmósfera más apropiada a su carácter, si Mourinho no entra en combustión, y tendremos noticias de algún gran gol suyo. En el Bernabéu casi nadie le echará de menos.