Neymar y Mbappé, vergel en el erial

Dos modelos de fútbol, uno construido sobre sumas ingentes de dinero y otro fabricado artesanalmente en una pequeña ciudad de la Lombardía italiana, midieron sus fuerzas en Lisboa, partido resuelto por el París Saint-Germain pasados los 90 minutos. Cualquier lectura táctica del encuentro significará mucho menos que el impacto de dos jugadores del PSG (Neymar y Mbappé) y uno del Atalanta: Papu Gómez, pequeño de estatura, gigantesco de ingenio y astucia.

El PSG fue un desastre colectivo. Pareció una colección de jugadores, no un equipo, y muchos menos un equipo articulado. Dependió exclusivamente de Neymar, que hizo todas las diabluras posibles antes de estrellarse en las definiciones. Difícilmente le volverá a ocurrir. Neymar tiró de su sensacional repertorio y abrió todas las rutas hacia el área del Atalanta. Sólo podían detenerle las patadas y agarrones, en medio de su creciente indignación.

Estuvo a punto de ofuscarse, convertir su arrebato en un desafío individual y cometer una estupidez. Le salvó el ingreso de Mbappé en el segundo tiempo, cuando no se sabía si Neymar hervía más con las faltas de los defensas rivales o con la incompetencia de sus compañeros. Neymar falló tres ocasiones, alguna de ellas clamorosa, pero salió reivindicado del partido. Fue el mismo futbolista que un día adquirió el derecho a erigirse en el principal sucesor de Messi.

Su enorme importancia en el encuentro contrastó con la exigua ayuda que recibió. Fino, rápido, desbordante de recursos, hizo lo humanamente posible por ganar un duelo crucial para el PSG, que no se podía permitir otro nuevo fiasco en la Copa de Europa, menos aún contra un equipo que representa la vertiente opuesta del fútbol. El Atalanta, pequeño en presupuesto, grande en la propuesta, se vació en el uno contra uno por todo el campo.

Neymar y Mbappé celebran la victoria del PSG sobre el Atalanta.

El gol de Pasalic dio derecho a soñar al Atalanta. La ausencia del poético Ilicic y la lesión de Papu, retirado en los primeros minutos del segundo tiempo, destrozaron al equipo italiano. Mientras Papu Gómez estuvo disponible, se las arregló para sostener al equipo italiano. En muchos aspectos, Papu Gómez es Banega, dos jugadores a la antigua, con sabiduría de viejos, manuales del fútbol con botas. Juegan con una comodidad que desafía las convenciones de este tiempo, donde se proclama el culto a la potencia y la velocidad. Con su engañoso paso, Papu Gómez fue el contrapunto sereno y astuto a la exuberancia de Neymar.

Sin el veterano jugador argentino, el Atalanta se abocó al cerrojazo. Se quedó sin la única referencia capaz de organizarle y de inquietar al PSG, obligado a lanzarse a tumba abierta. No le valía solo con Neymar, pero la aparición de Mbappé fue devastadora para los neroazurri. Fue un asunto de dos y muy poco más. Con Di María y Verrati en las gradas, el PSG ofreció una imagen lamentable. Con Neymar y Mbappé en el campo, la victoria se presagió, fuera cual fuera el tiempo que faltaba para terminar el partido.

Si Neymar se reivindicó después de un periodo convulso, Mbappé reforzó la idea que se tiene de él: un jugadorazo irresistible. Convirtió a los defensas en juguetes y cada una de sus intervenciones fue una llamada al gol. No tardó un segundo en comprender que su único verdadero aliado era Neymar, que lo interpretó en sentido biunívoco. Empequeñecido por la fatiga y sometido a la verdadera magnitud de unos jugadores admirables, pero la mayoría discretísimos o mediocres, el Atalanta suspiró en cada minuto por el afilado oficio de Papu Gómez y la mágica creatividad de Ilicic. No estaban en el campo. Mbappé y Neymar, sí. De eso, y nada más que de eso, trató el partido.