Bale desciende el Tourmalet

Han pasado dos años desde el maravilloso gol de Gareth Bale en la final de Kiev, momento que marcó una divisoria en el Real Madrid por el éxito que significó (la 13ª Copa de Europa del club) y por las consecuencias que se derivaron. Su ausencia en la convocatoria del partido frente al City en Manchester sólo puede interpretarse como el trayecto final de su particular descenso del Tourmalet. En Kiev se sintió en la cima y desafió a Zinedine Zidane, que no le había alineado como titular en la semifinal con el Bayern y en la final con el Liverpool. Minutos después de la victoria, exigió públicamente la titularidad, mensaje que colocaba a Zidane en una situación crítica. Y al club, también.

Con 28 años, habló el primer 100 millones de la historia del fútbol, y habló desde la posición de poder que había recuperado en un partido trascendental. El título agrandó el mito del club y evitó una explosiva situación institucional. Durante algunos meses, el club estuvo sometido a una constante agitación. La tensión en el Bernabéu afloraba en cualquier tarde y en cualquier partido. El éxito de Kiev resolvió el problema al presidente, pero escenificó dos fricciones de alto voltaje, la de Cristiano Ronaldo con el club y la Bale con Zinedine Zidane. Se iba una estrella de magnitud histórica y el entrenador que había conquistado tres títulos sucesivos en la Liga de Campeones.

Pocos días después de la final, Cristiano Ronaldo pertenecía a la Juve y Zinedine Zidane abandonaba el cargo. Bale interpretó (no sin el consejo de su agente) que era el momento para erigirse en el nuevo mascarón de proa del Madrid. Cualquiera que fuera la opinión sincera de Florentino Pérez y José Ángel Sánchez, la realidad de aquellos días situaba a Bale como la apuesta preferida del club. Después de cinco años, con tres picos indiscutibles (los goles al Barça en la final de Copa, al Atlético de Madrid en la prórroga de Lisboa y la fenomenal acrobacia de Kiev) y valles tan continuos como decepcionantes, Bale adquirió la autoridad que reclamaba el jugador, el presidente y buena parte del periodismo.

Bale, bromeando en la grada de Los Cármenes durante el partido Granada-Real Madrid en el que fue de nuevo suplente.

Toda su trayectoria invitaba a pensar lo contrario. Bale había sido un jugador de instantes, por carácter, implicación y salud. Cinco años de lesiones musculares cuestionaban la cotidiana confianza que se exige de un jugador. Pero esta precariedad física no era mayor que su epidérmica relación con el juego, no digamos con el liderazgo. En ningún momento desde entonces, Bale estuvo a la altura de su discurso en Kiev. Tampoco lo había estado antes. En el descanso de la vuelta contra la Juve (el Madrid perdía 0-2 ante un Bernabéu aterrorizado) Zidane le cambió por Lucas Vázquez. No le concedió la titularidad en ninguno de los tres últimos partidos: semifinales con el Bayern Múnich y la final.

Bale después de Zidane fue Bale. El club cambió el paso y recuperó a Zidane, que regresó con un liderazgo más visible que nunca. En el segundo capítulo de Zidane, Bale también ha sido Bale, pero con un perfil más acentuado. Disfrutó de una oportunidad extraordinaria después de la pésima pretemporada del equipo. Bale fue titular en el primer partido de Liga, con el Celta, cuando las críticas arreciaban y volvía el fantasma de la inestabilidad en el Madrid. El discurso público de Zidane ha sido impecable. No hablaba de Bale, sino de Gareth, con una familiaridad y un cariño protector, pero se imponía la evidencia: el jugador pasaba de puntillas por los partidos, con una sangrante falta de implicación. Destinado a las gradas en los últimos encuentros de Liga, su destino empeora ahora. Se borró para un partido cumbre, en Inglaterra nada menos. El caso está perdido.