Pep, el jugador que entendió al Bernabéu

Bernabéu en diciembre. Partido tenso y esperado contra el Barça. Faltan cinco minutos y el Madrid conserva con agresividad el 2-0 frente a los ataques de Ronaldo, Luis Enrique y Figo. A esas alturas Hierro ya ha ganado contra los tres y Figo lo admite revolcándose por una invisible agresión en el área. Pep Guardiola pisa la pelota, silencia al estadio y comienza a hacer gestos al portugués para que se levante y deje de fingir. Yo tenía 14 años y en mi memoria caló ese gesto como el día que Guardiola se metió en el bolsillo al público de Chamartín. Revisitando el partido 24 años después creo que solo me convenció a mí porque no aprecio en YouTube la admiración generalizada que recordaba.

Tengo la sensación de que la trascendencia inmensa de Guardiola como entrenador ha borrado para muchos el recuerdo de su figura de jugador. A mí me encantaba. Carisma, liderazgo, primer toque, siempre hacia adelante, pura inteligencia y la conmovedora debilidad de un chasis enclenque. Normal que se entendiera tan bien con Raúl. El Guardiola entrenador se comió al jugador. Y el guardiolismo se comió al propio Guardiola, atrapado en sus estrategias ultracompetitivas y en contentar a tanto mitómano que le rodea en el mundo del fútbol y la política. Pero aquel Pep jugador único aparece de vez en cuando en entrevistas como la que esta semana le ha hecho Eugenio Blanco en DAZN. Se queda sin palabras para describir al Zidane jugador. "Me hubiera gustado jugar con él", resume tras balbucear.

Guardiola da instrucciones en un partido del City.

Los dos jugadorazos de los 90 se enfrentan hoy como dos capos de los banquillos europeos. No pueden ser más distintos y sin embargo se respetan y admiran por encima de las fobias. Les une el cordón umbilical del fútbol de hace 20 años. Los cursis lo llaman códigos. Era la época en la que este deporte tocaba la cima para despeñarse después por el sumidero del negocio global que vivimos hoy. Espera, ahora que lo pienso, aquella noche en el Bernabéu llevaba la senyera Popescu. Se confirma, no es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor.