Vivir matemáticamente

Tendría que ser un poco más fácil decir lo que piensas. De ese modo podrías aparecer en rueda de prensa y, si fueses entrenador del Barça, por ejemplo, aflojarte la corbata, pasar una mano por el pelo sudado y declarar: "LaLiga está perdida, no hay nada que hacer; además, no nos la merecemos, lo hicimos todo mal. Sólo hay que ver a quién tenemos de presidente". No suena optimista, ni diplomático, pero a lo mejor es más honesto que aferrarse a que faltan dos o tres partidos y que matemáticamente el equipo aún le puede arrebatar el campeonato al Madrid. "No se me daban bien las matemáticas en el instituto, ni siquiera iba a clase", podrías añadir. Quizás eso también fuese verdad.

Pero vivir a base de decir la verdad exige una gran voluntad. Para empezar, no deberías tener miedo al despido. Sería una de las primeras medidas del club, que siempre puede alegar, con toda la razón, que no le gustan los entrenadores que reniegan en el último momento de las ciencias exactas y que son incapaces de mostrar algo de esperanza cuando ya no queda. "Si no sabes mentir, y engañarte a ti mismo, para empezar, no mereces estar en este equipo", podría explicar el presidente. Es imposible vivir sin ficciones.

Hace unos años, una amiga, que llevaba un par de meses con alguien, estaba tirada en el sofá cuando él le preguntó: "¿En qué piensas?". Ella, que cree que esa es una pregunta intimísima, que nunca hay que hacer, estuvo a punto de decir la verdad: "Pienso en que anteayer vi a una persona en el Museo del Prado de la que podría estar enamorada los siguientes veinte años. Me acerqué a ella para saber cómo eran sus manos y a qué olía su cuerpo. Era increíblemente atractiva, más de lo que tú puedas soñar con ser jamás. Me habló y me pareció además alguien inteligente, con mucho sentido del humor. Después, nos fuimos a cenar. Fue maravilloso. Me gustaría repetir. En eso estaba pensado". Pero casi nadie quiere escuchar la verdad si no es agradable. Supongo que por esa razón el Barça aún puede ganar LaLiga.