La Euroliga nos devuelve a la realidad

A pesar de ser un anuncio esperado, la cancelación de la Euroliga ha caído como agua helada en un ambiente de desescalada del deporte que apuntaba, poco a poco, a todo lo contrario. El regreso de la Bundesliga de fútbol, la confirmación de LaLiga en junio, la posible comunicación esta semana del retorno de la ACB, la reapertura de los Centros de Alto Rendimiento en España, las medidas tomadas en Estados Unidos para relanzar sus deportes profesionales, la reestructuración de los calendarios mundiales de ciclismo, de golf y, próximamente, de tenis… La primavera había sido un torrente de suspensiones y aplazamientos, pero el reciente goteo de buenas noticias reavivaba la esperanza, aunque las gradas sigan vacías, y lo seguirán durante mucho tiempo, y aunque haya que seguir extremando las precauciones para evitar rebrotes de infecciones. La anulación del máximo torneo europeo de baloncesto por clubes, conjuntamente con la Eurocup, nos ha devuelto a la cruda realidad, a la complejidad de articular una competición internacional en plena pandemia.

La Euroliga se ha topado con obstáculos infranqueables. Por un lado, su estructura, con 18 equipos de diez países, cada uno con sus propios protocolos sobre el virus y sobre el movimiento de fronteras, entre ellos Rusia, que se mantiene en el segundo puesto del ranking de afectados. Uno de sus tres equipos, el CSKA, perdió recientemente a su médico por coronavirus. Por otra parte, las reticencias de los jugadores, temerosos de contagios y lesiones. Algunos equipos, con numerosos americanos, estaban también prácticamente desmantelados por la marcha de sus jugadores. Había que recomponer esas plantillas para la competición, en la mayoría de los casos sin torneos domésticos previstos, a excepción de Alemania, Israel y España. Demasiadas trabas para tan poco margen del tiempo.