Nunca caminarás solo

Ya se ha hablado en esta esquina, con mucho acierto, de Michael Robinson, pero después de casi treinta años contándonos tantas historias de fútbol, y de la vida, no puedo pasar por aquí sin despedirme de él. Destacó en muchas facetas de la vida, fue futbolista de élite, y sobretodo comunicador, gran comunicador. De los que llegaron desde el césped a los medios de comunicación, junto a Jorge Valdano, ha sido el mejor, aunque si nos oyera Robin, nos diría algo parecido a esto: "Sí, pero yo lo contaba con muchas menos palabras".

En España jugó en el Osasuna, y en Pamplona colgó las botas. Había jugado en varios equipos ingleses, entre ellos en el Manchester City, donde coincidió con un gran futbolista, el polaco Deyna, pero su equipo, al que siempre amó, fue el Liverpool, con el que consiguió un triplete en la temporada 83-84, Liga, Copa de la Liga y Copa de Europa. Los reds contaban con una plantilla fantástica, Grobbelaar, Souness, Ian Rush, Dalglish, entre otros. Fue internacional con la camiseta verde de los de la canción de un soldado, porque el inglés tenía madre irlandesa, y con los años también tuvo corazón español.

Michael Robinson.

Junto a su inseparable Carlos Martínez nos narraba los partidos en aquel innovador Canal +, de una forma distinta, con su acento británico, su opinión acertada, su análisis inteligente buen humor permanente. Vimos el fútbol y lo oímos con él: "penalti y expulsión" gritó Rafa Guerrero en aquel Zaragoza-Barça, y Mejuto exclamó: "vaya, joder Rafa, cago en mi madre". Aquella conversación histórica con penalti y expulsión de Aguado la vivimos con míster Robinson. El Informe Robinson de su vida contará que tenía picardía en la mirada, ironía en la palabra, coherencia en el argumento, respeto en la crítica y la gracia del "compás del tres por cuatro" que tienen los más grandes chirigoteros de su Cádiz, a la que tanto quiso, y en la que tanto le quieren. Veréis en febrero.

En El día después recordaremos que se despidió de Anfield poco antes de partir, y que esa "cosita", como cantó Manolo Santander, le quitó la vida, pero no se la cambió, porque sabiendo que su enfermedad era irreversible, no le modificó su forma de vivir, ni le impidió que siguiera poniendo una sonrisa en los demás. Gracias inglés.