La olvidada relevancia de Miguel Jones

Cualquiera que recuerde la aparición del televisor en blanco y negro en su casa, habrá interiorizado con ánimo sombrío el goteo de los jugadores muertos en los últimos días. En la educación sentimental del aficionado, los nombres de los futbolistas se adscriben principalmente al rito de iniciación en la infancia. En otra época la noticia de sus muertes estaría atenuada por el bullicio y la celeridad social que casi todo ahogan, pero en este periodo de quietud, silencio y miedo esos nombres adquieren otra magnitud.

La muerte de Miguel Jones, Gregorio Benito, José Luis Capón o el inglés Peter Bonetti –acusado de la derrota contra Alemania en el Mundial de México 70– adquiere una particular solemnidad en estos días. Nos devuelve a otro tiempo, donde quedó fijada su importancia en cada uno de nosotros. De alguna manera, nos ayudaron a trazar nuestro libro de ruta sentimental en el fútbol. No vi jugar a Miguel Jones, pero desde chiquillo supe que su familia vivía en Bilbao, donde ocupaban una posición de cierto rango social, en virtud del cargo del padre, perteneciente a una familia patricia de Guinea Ecuatorial, desposeída de sus negocios por el régimen de Francisco Macías durante el proceso descolonizador.

En muchos aspectos, el papel de Jones merece revisarse. Aunque nacido en Guinea Ecuatorial, residió en España desde los cuatro años. Fue el primer futbolista negro y español. Años atrás llegó el fenomenal Larbi Ben Barek al Atlético de Madrid. El ingreso de Jones en el Atlético (1959) se produjo poco después de los fichajes de los brasileños Didí (Real Madrid) y Walter (Valencia). Era un fútbol de blancos, en un régimen dictatorial y en un país que no registró el proceso migratorio que acompañó a la independencia de las colonias británicas y francesas.

Miguel Jones, tras marcar un gol con el Atlético de Madrid.

El racismo, que evidentemente pesaba como yunque en la sociedad occidental, instalada aún en las ideas imperialistas, no era objeto de debate en el fútbol. Inglaterra tuvo que esperar hasta 1978, 20 años después del debut de Jones en el Atlético de Madrid, para presenciar el debut de Viv Anderson, el primer internacional negro. En Francia, donde la presencia de norteafricanos fue corriente desde antes de la Segunda Guerra Mundial, sucedió algo parecido en los años 70 con futbolistas originarios del África ecuatorial o el Caribe.

Jones ha muerto a los 81 años. Se sabe que fue un jugador rápido y potente, con una larga trayectoria –ocho años- en el Atlético de Madrid y dos en Osasuna–. Fue testigo de una época cambiante, en una España que pretendía ser impermeable, pero estaba infiltrada por el novedoso aire que recorría el mundo en los 60. Han pasado más de 50 años y jugadores como Iñaki Williams, también bilbaíno, de padres originarios de Sierra Leona, adquieren una magnitud referencial en el debate sobre la relación fútbol-racismo.

Somos capaces de imaginar el grado de relevancia que habría alcanzado Miguel Jones en estos años y, sin embargo, su figura apenas ha trascendido fuera del marco anecdótico del fútbol. Pocas veces un jugador español ha ocupado una posición tan relevante, marcada por las circunstancias que presidieron su carrera. Su muerte nos recuerda el magnífico jugador que fue y el trabajo que no hicimos para profundizar en las vicisitudes de su singular trayectoria.