La última clase maestra de Radomir

Se ha escrito mucho estos días de los grandes éxitos de Radomir Antic en el fútbol español. Sin embargo, se ha repasado menos la parte final de su carrera, ya en banquillos alejados de nuestra geografía. En esa etapa destaca su participación en el Mundial 2010 con la selección de Serbia. Aunque no logró superar la fase de grupos, en ella logró una victoria de tremendo prestigio ante la Alemania de Joachim Löw.

Antic había asumido el cargo de seleccionador en agosto de 2008 con el objetivo de llegar al Mundial de Sudáfrica. Consiguió su meta encabezando un grupo en el que Francia acabó segunda. Su estreno en la gran cita fue, sin embargo, desalentador: una derrota ante Ghana por 1-0 que la puso contra las cuerdas desde el principio. Llegó pues al segundo encuentro ante una Alemania que había deslumbrado frente a Australia (4-0) sabiendo que perder supondría su eliminación. El conjunto de Löw, subcampeón de Europa en aquel momento, era muy favorito en la tarde de Port Elizabeth.

El once alemán asustaba, porque además sus figuras llegaban en un gran estado de forma. El Bayern había alcanzado la final de la Champions y medio once titular de la selección jugaba en el conjunto muniqués. Löw sacó a Neuer en la portería; Lahm, Mertesacker, Friedrich y Badstuber, en defensa; Schweinsteiger y Khedira, en el doble pivote; Müller, Özil y Podolski, en tres cuartos; y Klose, arriba. Antic, tras la derrota inicial frente a Ghana, cambió el sistema.

Metió a un tercer centrocampista por dentro y renunció a un punta. Salió con Stojkovic en el arco; Ivanovic, Vidic, Subotic y Kolarov, atrás; Stankovic, Kuzmanovic y Ninkovic, en el medio; Krasic y Jovanovic, en los costados; y Zigic, en la punta.

Antic abraza a Jovanovic tras la victoria ante Alemania

Pronto se vio por dónde pasaba la estrategia de Radomir. Özil, que había maravillado ante Australia, tenía siempre encima a Stankovic, que no le dejaba recibir libre. Los dos interiores, Ninkovic y Kuzmanovic, jugadores dinámicos y trabajadores, vigilaban a Schweinsteiger y a Khedira, cuyo intercambio permanente era una de las claves de aquella Alemania. Y para hacer daño, un puñal: Milos Krasic. El extremo, entonces jugador del CSKA Moscú, masacró a Badstuber, que sufrió mucho como lateral izquierdo. Cada vez que encaraba, Krasic se iba. Y si corría a su espalda, ganaba con mayor facilidad. No es de extrañar que un mes después lo fichara la Juventus. Es cierto que la rigurosa expulsión de Klose por doble amonestación en el minuto 37 facilitó el trabajo. En la acción siguiente, Krasic se marchó una vez más, centró, encontró a Zigic y éste prolongó para Jovanovic, que fusiló a Neuer.

En el segundo tiempo, Antic dio oxígeno al centro del campo cambiando a los interiores, pieza por pieza. Pero jamás dejó de amenazar en ataque, y esa fue una de las claves. Dos acciones más de Krasic acabaron con remates a los palos de Jovanovic y Zigic. Y aunque tocó sufrir (Stojkovic paró un penalti a Podolski), Serbia acabó celebrando su primera victoria en un Mundial desde 1998.