Un final perfecto

Bruce Weber, componente de la sección de obituarios de 'The New York Times', confesaba hace tres años que, literalmente, se presenta por las mañanas en el trabajo y pregunta, "¿Quién ha muerto?", y entonces dejan una carpeta sobre su escritorio y se pone manos a la obra. Me acordé de esa frase cuando reparé en el modo en que se sucedían las muertes de algunas leyendas: Peiró, Vendrame, Goyo Benito, Capón… Y ahora Radomir Antic, artífice del doblete. Demasiado. Para los que vivimos aquel momento, fue tan heroico que, en el fondo, el Atlético va a estar ganando la Copa y la Liga del 96 durante décadas. Será siempre un hito del presente. Quizá no exista un deporte tan necesitado de pasado como el fútbol. Qué sería de él sin viejos partidos, viejas leyendas, viejas victorias. ¿El futuro? No tenemos ni media idea, pero el pasado, ay el pasado.

Antic fue una leyenda colchonera por varias razones. Cuando fichó por el Atlético, aún se despedían entrenadores por diversión. Podían haberlo largado a las dos semanas, perfectamente. Gil tenía una máquina de echar a técnicos a voleo. Es cierto que el equipo iba embalado ya desde la pretemporada, pero los noventa eran años locos. De hecho, en el 92 Antic entrenaba al Madrid, iba líder, y la directiva, llena de estadistas, lo despidió porque el equipo no jugaba a nada, secreto de tantos éxitos en ese club, como se vería después. En su lugar repusieron a Beenhakker y consiguieron perder la Liga.

Antic posa con la Liga y la Copa ganadas en 1996.

Cuando aterrizó en el Atlético, la plantilla era de treinta y tantos futbolistas. Tuvo que decirle a la mitad, a la cara, que no seguirían. Para eso hay que valer. Y después fichó a Molina, Santi, Penev y Pantic. Empezó a ganar el doblete en verano, consciente de que cuando no pasa nada también pasan cosas. Y con esa inercia, doblegó al Barça de Johan Cruyff. Después de eso la vida siguió su curso, y Antic tuvo que irse a otro club. Y cuando lo volvieron a fichar, al poco otra vez tuvo que marcharse. Pero ya no importa. Nada ensucia lo que significó el doblete. Los finales tristes también pueden ser perfectos.