La variable digestión de la demora olímpica

Se suspendió Wimbledon por primera vez desde la segunda Guerra Mundial y ya solo queda el Tour como decisión a resolver. Todo indica que moverá sus fechas, si eso es posible en un calendario que ya tiene una dificultad extrema para gestionar la ubicación de algunas carreras aplazadas, siempre en las condiciones de virtualidad que atravesamos en estos momentos. Los calendarios son diseños mentales expuestos a la cruda realidad de una pandemia que no tiene fecha fija, ni quizá aproximada, de desactivación. En términos competitivos, 2020 será un año casi perdido para el deporte, una temporada que exigirá una buena digestión psicológica y la mejor capacidad de adaptación posible a los desafíos de 2021.

Los Juegos Olímpicos se han erigido de nuevo en la referencia de la próxima temporada. Como acontecimiento está probado. Son 125 años de experiencia. En ese capítulo no tiene rival en el ámbito del deporte. Sin embargo, se celebrarán en un mundo incierto, azotado por las devastadoras consecuencias del virus COVID19, siglas que marcarán a fuego el destino del siglo XXI. Su simple celebración, menos garantizada de lo que parece ante la posibilidad de nuevos reflujos del coronavirus, significará un mensaje de alegría y optimismo después de este infierno.

Las condiciones serán totalmente novedosas. El COI dispuso de dos y tres años para organizar los Juegos de 1920 y 1948, después de las dos guerras mundiales del siglo XX. La precariedad era evidente, pero la dificultad para administrar los Juegos era infinitamente menor que ahora. Eran unos Juegos de escala humana. Ahora están presididos por el gigantismo. El gigante llegará orgulloso y lastimado a Tokio, expuesto a la aprensión general que provocará la pandemia.

Tokio 2020-21 será el objetivo primordial de la mayor parte de los deportistas, desafío demorado un año, con efectos que ahora no se pueden predecir. Cerca del 70% de los deportistas del planeta se sabían olímpicos para esta edición. El coronavirus ha rebajado tan sustancialmente ese porcentaje que casi lo ha dejado muy cerca del 0%. No pueden sentirse seguros ni los deportistas que tienen garantizada su presencia. Este año inhábil dejará profundas heridas en la preparación, el enfoque y la trayectoria de los aspirantes olímpicos

Un año en la vida de un deportista excede ampliamente el margen en otras actividades humanas. No hay ninguna medida que permita establecer la horquilla de plenitud de un atleta, agrandada en las dos últimas décadas por la comercialización y profesionalización de muchas disciplinas deportivas, entre otros factores, que incluyen las mejoras en la preparación, tratamiento de lesiones y, desgraciadamente, el dopaje, vía rápida de acceso al éxito y el dinero.

Los Juegos Olímpicos se aplazan hasta el verano de 2021 por la crisis del coronavirus.

El aplazamiento parece corto en el tiempo, pero su efecto es notable. Para el joven prometedor al que 2020 le resultaba demasiado temprano, un año quizá sea el margen perfecto para ascender uno o dos escalones, llegar a los Juegos de Tokio y quién sabe si alcanzar el éxito que nadie sospecha. La historia de los Juegos es generosa en las fulgurantes apariciones de jóvenes apenas conocidos. Y también es pródiga en episodios de campeones que regresaban de lesiones y decepciones. No faltarán en Tokio atletas frustrados por las lesiones en 2020 y en condiciones de recuperar todo su potencial en 2021. La demora les suena a año de gracia.

Para los más jóvenes, un año es una garantía de maduración. Para muchos veteranos, Tokio 2020 era el objetivo que cerraba sus trayectorias. Su situación no es fácil. Han gastado una cantidad enorme de energía física y mental para enfocar el año olímpico. El tiempo no está de su lado. Cuentan, sin embargo, con la experiencia, el conocimiento y la tenacidad que les ha mantenido en la élite durante años. Son cualidades que deberán renovar una temporada más, y ahí surge un elemento primordial: los Juegos Olímpicos siempre actúan como un factor irresistible de llamada, incluso cuando aparece la desesperanza y el abatimiento.