Salvar el Tour es salvar el ciclismo

El Tour es un monumento histórico de Francia. Un emblema que el 14 de julio del año pasado, el Día Nacional, fue propuesto por 53 diputados como Patrimonio Mundial de la Humanidad de la UNESCO en un artículo publicado en Le Journal du Dimanche. Esa es la trascendencia que tiene para su país una carrera que va más allá del deporte. No se me ocurre otra competición tan arraigada a su pueblo. Quizá la Super Bowl. La cancelación del Tour sería una noticia muy dolorosa para Francia, mucho más que otros eventos que han caído en las últimas fechas, pero nunca superior a los motivos de fuerza mayor que podrían provocarla, como hace un siglo fueron las Guerras Mundiales, y en nuestros días el reguero de tragedia que deja la pandemia por el planeta. Si el coronavirus obliga a suspender también la Grande Boucle, no hay historia que valga. Así lo ha dicho su director, Christian Prudhomme. Igual que llama a la cautela antes de dar el paso. El Tour de Francia se mantiene en sus fechas, del 27 de junio al 19 de julio. Y con aficionados. El ciclismo, sin público, no es ciclismo.

Prudhomme reconoce también que se manejan otras alternativas, lo que incluye un movimiento de fechas. Ese hipotético traslado ha desencadenado una reacción interesada desde Italia, que incluso ha provocado un conflicto ‘diplomático’ entre federaciones con España, que apuesta por que el Tour y la Vuelta, al pertenecer ambas a la misma empresa ASO, se busquen las habichuelas en agosto, con un recorte de etapas por parte de la ronda española para hacer hueco a la francesa, mientras que el Giro emergería impoluto en el otoño. La Vuelta seguramente estaría dispuesta a ser generosa, porque salvar el Tour es salvar el ciclismo, la carrera de culto, pero difícilmente aceptaría un recorte exclusivo de su competición, si el aplazado Giro no pone sobre la mesa su propia cuota de generosidad.