Álvaro García Nieto

Aquel sabor a derrota

El otro día me pasó que interioricé tanto aquello de Miguel Ángel Villarroya, Jefe de Estado Mayor de Defensa, de “hoy es lunes porque en la guerra no hay fines de semana” que me equivoqué de fecha redactando una noticia. Donde debía poner domingo, puse martes. El día después del lunes. Lógico. Esto de que no haya fines de semana lo enrarece todo. A un autónomo, no tanto. Y a un periodista deportivo, acostumbrado a trabajar los festivos, tampoco debería. Pero sin Liga yo no me oriento.

Conseguí organizarme para trabajar y me aislé tanto del virus como del desasosiego del día a día. Y, sonará frívolo, pero todo va bien. Solo que estos días empiezo a echar de menos algo que no se suele echar de menos. La derrota. Sí. Ya no tanto el fútbol, sino poder ir a Cornellà, con ese aroma a cerveza, pitillo y bocadillo de mediodía, y salir ahogando las penas en lo mal que habíamos vuelto a jugar.

Dentro de todos los males de esta crisis hay hueco para supuestas alegrías, como que el Espanyol lleva tres semanas sin perder. Y parece que si se suspendiera la Liga seguiríamos siendo equipo de Primera. Pero ahora pasan los domingos como si fueran lunes y yo ya no sé a qué agarrarme cuando tengo un mal día. No lo puedo achacar a nada más que a mí mal carácter de serie, y eso agota a quien me soporta.

Veo que hay escritores que ya han publicado sus novelas de confinamiento. Que hay personas que hacen ejercicio y que, incluso, se convierten en chefs de lujo. A mí me representa esta frase que leí hace poco de Marisa Paredes en ‘La flor de mi secreto’: “Excepto beber, qué difícil se me hace todo”. Incluso tener opinión sobre cualquier cosa. Son días en los que se habla mucho y, como la realidad hace caducar al segundo lo dicho, no se dice absolutamente nada.

Por eso no echo en falta el fútbol como pensaba que lo haría. Pero cada vez más, necesito volver a sentir lo que es perder. Porque la derrota es un buen refugio. Genera rabia, opiniones y contradicciones. Representa nuestros males mundanos. No así la victoria, que no tiene más misterio. La derrota viene a ser para mí lo que el aroma a Mimosín para Sergi Pàmies. Y ahora anochezco como Anne, personaje de John Cheever, que se pasaba la vida huyendo de unos Estados Unidos que no la habían aceptado pero soñaba siempre con sándwiches de beicon, lechuga y tomate. Necesito mis domingos, perder los tres puntos al empezar la segunda parte para después comentar lo jodidos que estamos.