1.005 pases

Las estadísticas son la prosa funcionarial del fútbol, fría y sin emoción, pero a veces consiguen resumir todo un debate. El dato que más se destacó del primer partido de Quique Setién en el banquillo del Barça fueron esos 1.005 pases que dieron sus jugadores. Una cifra que enseguida se interpretó desde distintos ángulos. Los defensores del fútbol de toque y posesión recordaban con ilusión que estos números no se veían desde los tiempos de Pep Guardiola. Los contrarios a ese sistema de juego, ya sea por convicción o por rivalidad, destacaban que, de los 1.005 pases, sólo 203 fueron hacia delante (como si en fútbol nunca fuera necesario dar pases atrás), y que al final la corta victoria contra el Granada se consiguió como siempre: con un gol de Messi.

No es difícil imaginar, por otra parte, que el 1-2 in extremis en la Copa, frente al Ibiza, recibirá el mismo escrutinio por parte de los críticos, y la posesión será de nuevo motivo de burla. Son reacciones que hablan del temor que impone la llegada de Setién, aunque sólo sea por la intriga de la novedad. Por debajo, sin embargo, creo que resurge otro reproche de más calado: la sensación de que el fútbol del Barça quiere imponerse desde una cierta superioridad moral, como si la suya fuera la única forma auténtica de jugar al fútbol. Es un prejuicio además que proviene del dominio que ha ejercido su estilo de juego en la última década en España —8 de las últimas 11 ligas, más los éxitos con la Selección de Del Bosque—, pero que en realidad le es ajeno, o incluso inevitable.

Hay muchas formas de jugar al fútbol, por supuesto, muchas tradiciones, y todas han dado grandes equipos y éxitos. El filósofo Isaiah Berlin dividía a los escritores entre zorros y erizos. "Mientras que el zorro sabe algo de muchas cosas, el erizo sabe mucho de una sola cosa". Un buen día, siguiendo los pasos de Johan Cruyff, el Barça decidió que quería ser un erizo y jugar siempre de acuerdo a un estilo. Ayer, en Ibiza, Setién estuvo a punto de pagar la novatada, pero ahí sigue.