El jerarca llegó de puntillas

Casemiro, el impagable jugador de equipo, se reservó todos los focos para brindar una actuación que la hinchada grabará en el recuerdo. Aunque ha acudido con puntualidad a muchos momentos decisivos del Real Madrid —el gol en la final de Cardiff es uno de ellos—, nunca se le asocia con el papel estelar de las estrellas. No es su estilo, ni son sus condiciones. Es un medio centro clásico, a la manera de otros grandes especialistas brasileños, fuertes, silenciosos, eficaces, imprescindibles por su laboriosa generosidad y su inteligencia para explotar sus cualidades y desestimar los defectos.

Su impronta en el campo recuerda cada vez más a la de Mauro Silva, el artista defensivo de aquel fenomenal Depor, pero con el valor añadido de la cuenta de goles. Al Sevilla le marcó dos en un partido que cobró doble importancia por la derrota del Atlético en Eibar. Dos rivales menos en la lucha por el campeonato, que apunta al Madrid como principal favorito.

El encuentro fue táctico y tenso, casi nunca brillante. Pesó la trascendencia del resultado y algunas carencias en los dos equipos, además del factor desconcertante del VAR, un sistema dispuesto para empequeñecer el fútbol, privarlo de naturalidad, llenarlo de normas y circulares y ofender a los espectadores que acuden a los estadios, convertidos en figurantes sin derecho a la información.

Al Sevilla le faltó Ocampos para amenazar con su potencia y el Madrid apenas tuvo dentadura en el ataque, hasta que Casemiro marcó el segundo gol y entró Vinicius, que saltó todas las formalidades y rompió la línea defensiva con su velocidad y optimismo. Comienza a recuperar el crédito que injustamente le había retirado una buena parte de la afición.

Casemiro celebra su segundo gol contra el Sevilla en el Bernabéu el pasado sábado; un tanto que supuso el triunfo del Real Madrid (2-1).

Cualquier matiz del partido quedó sepultado por el aplastante peso que adquirió Casemiro, ubicuo en todo el campo. Acreditó su estadística como mejor recuperador de la Liga con 12 quites, soportó con su rigor táctico los peores momentos del Madrid y comprendió que el equipo necesitaba la sorpresa que los delanteros no proponían.

Sin que la defensa sevillista le detectara, emergió como un fantasma en el área y marcó los dos goles del Real Madrid, el primero después de aprovechar un espléndido taconazo de Jovic —su única aportación relevante— y utilizar su cuerpo con la sabiduría habitual. Convirtió a Reguilón en un peso pluma y finalizó con una exquisita solución. En el segundo gol se levantó para cabecear sin ninguna oposición, entre los defensas y el portero del Sevilla. Nadie le vio. Parece que Casemiro, un jugador rotundo, con una estampa reseñable, también tiene el don de la invisibilidad.

Han pasado siete años desde su llegada al Real Madrid, uno de los varios futbolistas que han forjado una gran carrera desde un cierto anonimato y una ganga de precio. Ramón Martínez se empeñó en ficharle en el mercado de invierno de la temporada 2012-2013. Costó 5,5 millones de euros. Empezó en el Castilla y debutó en abril. Cedido con opción de compra al Oporto en el verano de 2014, regresó un año después. Siete millones y medio de euros.

Ese origen sin envoltorio couché le penalizó en su retorno. Siempre se le asociará al debate que se produjo antes del partido con el Barça, donde Benítez se adscribió a la opinión que se insinuaba desde el club, a pesar de su predilección por Casemiro. Eligió a Kroos como medio centro y no le alineó. Poco después, Benítez fue despedido.

Tanto tiempo después, Casemiro es tan imprescindible que ha alcanzado una posición que sólo estaba al alcance de Sergio Ramos. Estamos ante un líder que trasciende el juego. Ha cobrado una estatura institucional, la que se asocia a unos pocos futbolistas que definen el alma de un club. Es el gigantesco salto de un jugador admirable por su inteligencia, rendimiento y capacidad para aprovechar cada ocasión que el fútbol y el Real Madrid le han brindado.