Con Andrés Gimeno estamos en deuda

Era 1965, Santana había ganado dos veces Roland Garros y no le conocía nadie en España, fuera del entonces reducido y exclusivista círculo de aficionados al tenis. En eso TVE ofreció un partido de Copa Davis desde Barcelona entre EE UU y España. Los americanos traían su propia comida al vacío, y su agua embotellada, porque no se fiaban de lo que se pudiera tomar aquí. Eso provocó una oleada de indignación nacional y una fascinante curiosidad por ver esos partidos. Ganó España, nos apuntamos al tenis con el furor del converso y Santana se convirtió en el héroe nacional. Nuestro mejor deportista, a juicio de todos.

Entonces empezó a deslizarse un nombre: Andrés Gimeno. Los entendidos aventuraban que quizá fuera mejor que Santana. “¡Imposible! ¿Y por qué no juega la Davis?” “Porque es profesional”. Ser profesional significaba entonces haber fichado por la ‘Troupe’ de Kramer, un extenista que contrataba a los mejores para hacer exhibiciones por cualquier parte del mundo. Eso les excluía de la Copa Davis y los torneos del Grand Slam. Sus nombres y resultados apenas salían en los periódicos. Eran como unos ‘Globetrotters’, de resultados no homologables. Samaranch retuvo a Santana como ‘amateur’ pagándole bajo cuerda.

Al fin se les abrieron los torneos, ya en 1968, cuando era evidente que apenas quedaban ‘amateurs’ puros. Gimeno al menos pudo ganar un Roland Garros, en 1972, ya con 34 años. Pero aún se le miraba con cierto reproche, por ‘haberse vendido a Kramer’ en años en que podría haber hecho fuerza junto con Santana en aquellas finalísimas de Australia. Sólo nos familiarizamos por fin con él y le quisimos como se merecía cuando dictó magisterio como comentarista de televisión. Ahora que se ha ido, siento lo injusta que fue la desatención que sufrió en los sesenta, como injustas han sido las últimas dificultades de su vida. Descanse en paz. Fue un gran tipo.