Al Barça desvaído se le resiste la investidura

Hubo un milagro, Ter Stegen, la sombra alargada de la experiencia de parar. Y hubo dos estrellas cuyos destinos van a encontrarse en algún horizonte del fútbol: Fati y Messi. Los marca la tradición de los genios; el rosarino ha demostrado que sabe, y el más joven de la historia era esperado en Europa como el niño maravilla.

Ni uno ni otro fueron capaces de romper la defensa alemana. Ni la delantera del Barça, compuesta por multimillonarios y un recién llegado, fue capaz de arrojar sobre el campo contrario peligro real alguna.

No se culpe a nadie, decía Julio Cortázar. En este caso, porque fue una culpa colectiva de la que cabe sacar al mejor portero desde Víctor Valdés y desde Ramallets o Zubizarreta. Sin Ter Stegen habría sido una pesadilla para los recuerdos encontradizos de la afición azulgrana.

Hace tiempo que el Barça no se corona con victoria en sus debuts europeos; el cero del marcador es obra del portero alemán. Y el cero en el marco contrario, que hubiera investido al Barça como vencedor, es culpa de los diez azulgranas restantes, tan desvaídos como su uniforme. Mal juego, mal sabor, un empate sin alegría, con pena.