De aquellas ventanas al título del Mundo

Al comenzar el partido telefoneé a Juan Gutiérrez. Recordamos juntos cómo hace unos meses Garbajosa y Montero nos llamaron para vernos en la Federación. Estaban desesperados ante la faena de las dichosas ventanas. No vendrían los jugadores NBA, y tampoco los de la Euroliga. Esperaban que el Consejo forzara a los clubes, pero ¿cómo? Preveían un desastre. Veían a la Selección fuera de los Juegos y del Mundial. “Será el final de la Federación". No era un dramatismo fingido. La Federación vive, sobre todo, de los patrocinadores en estos grandes acontecimientos. Sin eso no podría existir, al menos no en su diseño actual.

Aquello no tenía solución posible... salvo la improbable de que una leva apresurada de lo que venía a ser la tercera línea de nuestro baloncesto diera la cara y consiguiera la clasificación. Bueno, pues la consiguieron, con un mérito terrible. A jugadores cuyos nombres sólo conocían los iniciados les tocó sacar el camión del barro y luego volver al olvido. Todos, menos tres, a los que Scariolo ha llevado a este Mundial, reconocimiento simbólico a todo el grupo. No han contado para los partidos clave, pero Scariolo tuvo el buen gusto de sacarles a los tres el último minuto de la final. Con ellos veíamos en la cancha a todos los demás.

Fue el final más feliz de un campeonato feliz, en el que este grupo, heredero de los ‘juniors de oro’, sacó brillo a aquel lema de Pepu, a su regreso en la plaza de Castilla: BA-LON-CES-TO. Sobre los cimientos de aquellos héroes de meses atrás, estos han construido el monumento de un nuevo título del Mundo, en el que la final, a pesar de ese espíritu indeclinable de los argentinos, no fue lo más difícil. Lo más difícil fue ganar a Serbia, y ya en la semifinal a Australia, con aquellas dos agotadoras prórrogas. Garbajosa y Scariolo pueden mirar hacia atrás, satisfechos, una vez vencidas tantas dificultades. Le han dado una gran alegría a un país que las necesita.