Noventa años y una inquietud

La Liga, ahora llamada LaLiga, ha cumplido noventa años, que no son exactamente noventa ediciones, porque durante la Guerra Civil se interrumpió. Pero ayer se celebró ese hecho cronológico, que viene a ser una prisa por el Centenario por parte de quienes la rigen. En todo caso, un acto bonito, que honró a tantos y tantos que han hecho camino en este largo y lento acontecimiento. Un lazo que ha unido a abuelos, padres e hijos, a la Monarquía con la República y de nuevo con la Monarquía. A unas regiones del país con otras. Muchas veces lo he dicho, ahora insisto: España está cosida por hilos invisibles. Quizá el más perceptible de ellos sea LaLiga.

Nació en la 28-29. Aunque su primera edición se jugó íntegra en 1929, luego siempre cabalgó entre dos años. Imitó el modelo inglés (ellos inventaron todo en aquel tiempo), de todos contra todos, en casa y fuera. En las cuatro estaciones, con sol, lluvia, barro, bajo cero, astenia primaveral, verano que asoma de nuevo. Campos duros y blandos, arbitrajes permisivos o severos... Una perfecta ecuación que permite valorar al ganador como el mejor. El que sobresale tras tantas idas y venidas, tantas dificultades y azares. Eso se premió ayer en Cornellà, en la figura de unos cuantos elegidos, que hicieron de la continuidad la clave de LaLiga, el fundamento de su éxito.

Noventa años. ¿Y a los cien? Confiemos, pero ante este decenio próximo se alza el fantasma de la Superliga Europea, cuya razón de ser no es otra que lograr que el dinero del fútbol se reparta de otro modo: más para los más ricos, menos para el resto. Una Superliga a la que se irá por derecho de ‘casa bien’, sin que cuenten los méritos en el campeonato nacional, así que dudo que, si eso llega, Madrid, Barça y hasta Atleti pongan sus mejores jugadores en LaLiga. Y así en otros países. Pero mientras eso llega o no (aún confío en que los ingleses, o románticos obnubilados como Rubiales tiren de las riendas) bueno es celebrar estos noventa años de algo glorioso: la Liga.