Las rectificaciones de Luis Enrique

Rectificaciones

Colecciono rectificaciones, propias y ajenas. Rectificar es de sabios, se dice; lo dicen también los que no rectificarían ni debajo de una ducha de hierro. Rectificar requiere tiempo y nobleza; lo primero es finito y lo segundo no abunda. Pero se da un caso que parecía improbable, el de Luis Enrique Martínez, ex del Real Madrid, ex del Barcelona, y exentrenador, además, de este último equipo, que ya ha rectificado varias veces y siempre, parece, en la buena dirección. Ha sido, sobre todo, en esta breve época en que dirige la Selección española de fútbol, un cargo que ha puesto a prueba su carácter.

La lectura del jugador

Ya he contado la raíz de mi simpatía por el seleccionador. Fue el único de la Selección de 1998 que respondió a un paquete de libros que envié a aquel combinado que, cuatro años antes, hizo historia porque un italiano le levantó la nariz y se dio una estampa inolvidable de dolor y de épica, aquella camisa blanca ensangrentada con el escudo de España. Que fuera Luis Enrique el único que agradeció el envío me llegó al corazón, porque lo que yo pretendía demostrar es que también los futbolistas podían ser beneficiados por la lectura. Que uno solo dijera gracias me pareció una buena noticia.

El viaje de Alba

Después pasó de todo, hizo grandes hazañas con el Barça, de futbolista y de entrenador, y desechó ofertas mundiales para cumplir su deseo, más que ambición, de entrenador al seleccionado que lleva aquel escudo manchado con su sangre en 1994. Llegado a ese puesto en el que ahora ha encontrado el alivio del gol de Ramos 'a lo Panenka' Luis Enrique cosechó críticas y otros agravios, y lo he defendido hasta cuando se equivocaba, por el regalo dichoso de aquella llamada agradeciendo un libro. Que le negara a Alba su viaje a la Selección fue su error más señalado. Pero se salió de ese charco.

El elogio a Ramos

Se fue del Madrid como asturiano escaldado, y se hizo tan antimadridista como antiBarça es el amigo Roncero. Desde que llegó a la Selección, sin embargo, abrazó a su capitán, lo convirtió en baluarte ideológico de su combinado, le dio confianza y estatura, y lo ha elogiado con la contundencia con la que Luis Enrique suele tomarse las cosas a las que quiere darles énfasis. Él considera que el equipo necesita baluartes así, veteranos como Busquets y Ramos. A Busquets lo tiene seguro, pero el apoyo a Sergio había que verbalizarlo. Lo hizo el primer día. Ahora lo ha vuelto a hacer. Es único en la historia. ¿Qué más decir?

El abrazo español

Fue una España joven, dinámica, capaz de rectificar acomodos con la inmediatez de la autocrítica. Fue Alba un correcaminos impetuoso, incansable, en un área y en la otra; pero no sólo hubo ese trote, hubo solidaridad, como si jugaran por primera vez en un partido de esta responsabilidad. El empate fue un estampido moral del que se repusieron con aquella arrancada nerviosa de Morata, cuya derrota marina tenía un puerto seguro. El penalti fue un nudo en la garganta que desató Ramos. El abrazo que se daban él y Alba fue una metáfora de esta historia que estoy contando.

Decepción de Borges

Esa cara de Messi y su sombra. El jugador más importante del mundo derrotado en casa. Roto por las puntas el cartel que prepararon para recibirlo como el héroe de los tres goles, de regreso al país del fútbol, bendecido por los aficionados como el salvador de la patria. En los eslóganes con que marcaron este regreso a Messi lo pusieron al lado de Jorge Luis Borges, el poeta que despotricaba contra las patrias. Ni con Borges resucitó la selección, y Messi no sólo volvió a la calle fané y descangayado, sino sin cetro y sin honra. Es duro ser el mejor, porque eres el más señalado también en la derrota.

La frase

"Sergio Ramos es único en la historia del fútbol mundial", Luis Enrique, seleccionador nacional