Más concilio que juego

Después de un año de frustraciones, el Bernabéu ofreció su versión más benevolente en el regreso de Zidane al banquillo del Real Madrid. Siempre ha sido un personaje querido, como futbolista y como entrenador. Tres victorias en la Copa de Europa y una Liga garantizan la paz social que Florentino Pérez deseaba a toda costa. Pero Zidane es mucho más que un técnico de éxito en un club que se lleva muy mal con la derrota. Su influencia es extrafutbolística. Traslada un comportamiento y una imagen que el hincha asocia con la posición del Madrid en el mundo del fútbol. Entre unas cosas y otras, la elección de Zidane a estas alturas de la temporada no ofrecía ninguna contraindicación en el capítulo institucional. En el deportivo abre una corriente de entusiasmo que no se correspondió con el juego del equipo frente al Celta.

La alineación fue zidanista hasta la médula, con una mayoría casi absoluta de sus jugadores de confianza, los que se abrieron paso hasta la tercera Copa de Europa consecutiva, en medio de la temporada que abocó al Madrid a la inquietante eliminatoria con el París Saint Germain. Como ahora, la Liga estaba perdida y la Copa, también. Zidane, que había concedido algunas oportunidades a jóvenes como Ceballos (goles en Mendizorroza), Mayoral (gol en Anoeta), Theo y Marcos Llorente, les orilló en los tres meses finales de la temporada, con la Liga de Campeones como una salida al embrollo.

Con Cristiano y un equipo muy parecido al que derrotó al Celta, el Madrid eliminó al París Saint Germain, Juventus y Bayern de Múnich. La final no tuvo mucha historia. En su regreso, Zidane rescató a la vieja guardia -Keylor, Isco y Marcelo, titulares-, tiró de Bale y eligió a Marco Asensio por encima de Ceballos. Aunque Zidane puede justificar públicamente algunas de sus decisiones por las numerosas bajas que sufre el equipo -sin Carvajal, Odriozola es su sustituto automático-, el técnico envió un mensaje clamoroso. Alineó a sus predilectos.

La respuesta del equipo fue discreta. No encontró rival en la peor versión del Celta en muchos años. A sus numerosos déficits añade el impacto que supone la larga lesión de Aspas, más que un jugador en su equipo. Sin Aspas, el Celta ha perdido juego, goles y confianza. Transmite angustia por todos los poros. Dejó una preocupante impresión en el Bernabéu. Sólo exigió una parada de Keylor, pero la intervención del portero costarricense fue sensacional. Desde luego animó a los que consideran que la portería ha estado más que bien defendida en los últimos años.

El Madrid tardó una hora en marcar, sin que nadie se lo reprochara, tolerancia que no habrían disfrutado ni Lopetegui, ni Solari. A estas alturas, el crédito de Zidane es casi ilimitado. Lo sabe muy bien. Ahí estaba la alineación, con Keylor Navas a la cabeza, para demostrarlo. El equipo tuvo más problemas con su juego que con la escasa oposición del Celta. Uno de sus numerosos errores en el manejo de la pelota anticipó el gol de Isco. Llegó al remate con el cartel de su sustitución a su espalda. Se le vio el óxido de tanta suplencia, pero el público le despidió con aplausos. Le benefició el gol, por supuesto.

Sin apenas rival enfrente, el Madrid dominó con más rutina que ideas. Abusó de los centros y le faltó cohesión. Nadie inquietó a Marcelo, influyente en el ataque, y Asensio pareció revitalizado. De lo demás se encargó Modric, ejemplar hasta la emoción en su tremendo despliegue.