Ese penalti…

‘Respect’. Los himnos deben respetarse. Siempre. Representan sentimientos muy hondos y con eso no se juega. Cierto que fue sólo una minoría que no representa a la magnífica afición que existe en Sevilla por la Selección. Pero esos pitos al himno inglés en la ceremonia previa a ese momento tan íntimo y tan bello del fútbol supuso un corte de digestión en medio de la fiesta del Villamarín. De hecho, los pupilos de Southgate respondieron con fiereza, tirando de orgullo. Alguno se debió sentir ofendido. Normal. Al descanso iban 0-3 y esta vez los hinchas ingleses ubicados en la grada alta del estadio entonaron a capella su himno. Como venganza y como demostración de fuerza. Algo así como “pitad ahora, pitad ahora”. Me dio rabia. Nosotros debemos ser señores en las duras y en las maduras. España debe ser ejemplar, como lo fue en los años de las dos Eurocopas y el Mundial. Por eso sería bueno que esa minoría que metió la pata se lo piense la próxima vez o que no vuelva a pisar un estadio de fútbol...

El referee. Así se escribe en la lengua de Shakespeare la palabra árbitro. En el caso que nos ocupa fue Marciniak. Polaco. Buena planta. Con pinta de tipo duro. Pero en la jugada clave de la velada se arrugó como una colilla. Ya con 1-3 en el marcador, tras la salida en tromba de Alcácer y Ceballos como revulsivos, pasó por alto un claro penalti de Pickford a Rodrigo Moreno, que había robado la cartera al portero inglés. Era el 2-3 y un mundo por delante. Era otro partido, otro desenlace. Pero el árbitro se hizo el lonchas, el linier no contempló nada punible y el juez de fondo, ese turista accidental que vive plácidamente tras las porterías, pensó que para qué complicarse la vida con lo bien que se está calladito...

Escenografía. Es una pena este interruptus. El ambiente era el de las grandes noches. Luis Enrique estuvo muy elogioso con Sevilla en las vísperas del match y es lógico. Su memoria asturiana guarda grandes recuerdos de la maravillosa ciudad de La Giralda. Mi memoria no olvida un partidazo jugado por España hace ahora 25 años, el 17 de noviembre de 1993. Nos medíamos a la Dinamarca de Schmeichel, considerado en esa época uno de los mejores porteros del mundo. Expulsaron a Zubizarreta a poco de empezar el encuentro y con sólo diez hubo que jugar un partido agónico en el que sólo valía ganar para ir al Mundial de Estados Unidos. El Pizjuán arropó como nunca. Yo vi el partido como aficionado con seis amigos (Harry, Rafa, Brubaker, Charly, Palomo y el Niño Díaz) tras la portería en la que Hierro puso colofón a una noche histórica con un cabezazo que nos dio el billete y el visado para cruzar el charco un año después. Sevilla se lanzó a la calle y la fiesta duró hasta el amanecer. En aquel once estaba Luis Enrique, jugó los 90 minutos y se marcó un partidazo de derroche y energía. Desde aquel día, es difícil no amar este rincón mágico de la piel de toro. Por eso duele más lo sucedido ante los 'pross'. Nuestra gente se merecía otro final. Lástima que en la primera mitad entre Kane (¡partidazo de Harry!), Rashford y Sterling nos pintaran la cara de mala manera.

Todos a Zagreb. No nos pongamos ahora derrotistas. Seguimos dependiendo de nosotros mismos. Hay que ir a Zagreb, el 15 de noviembre, con afán de conquista. Ganar o ganar, que diría el difunto Luis. Vencer en la guarida de los subcampeones del Mundo engrandecería nuestro pase a esa Final a Cuatro que parecía tan cerca y que ahora imaginamos tan lejos... Somos España. El verbo rendirse no es una opción. ¡Vamos!