Los Fantásticos, Messi y las obsesiones

El arranque del Barça en Champions, más allá del gran resultado y el intermitente juego, deja dos dudas en el aire. La primera es futbolística: ¿de verdad Valverde va a apostar a la hora de la verdad por el once que utilizó ayer en la merienda ante el PSV? La segunda es anímica: ¿es bueno que el club, y sobre todo Messi, se hayan obsesionado con la Champions?

Para encontrar la primera respuesta sólo hace falta recordar el fichaje de Vidal y la insistencia por darle los minutos que no se está ganando. Su llegada y los suspiros por Pogba parecían apuntar a otra cosa diferente de lo visto en este estreno con la presentación en sociedad, por primera vez en Europa, de los Cuatro Fantásticos. El objetivo es que no se repitan noches deprimentes como las de Roma y, mientras técnicos como Guardiola se enrocarían en torno al balón y otros como Luis Enrique insistirían en el nervio, el Txingurri parece más animado a protegerse. Los cambios en este inicio de Liga, introduciendo a Vidal para atar (sin éxito) los minutos finales, son intenciones que le delatan. Arthur parece una alternativa más atractiva.

Para hallar la segunda respuesta, sobre Messi y sus promesas de levantar otra Champions, será mejor no mirar al pasado. Argentina y las comparaciones con Maradona han sacado lo peor de Messi cuando se ha visto obligado contra la pared. Lo único que el Barça debería pedirle a su líder es que se divierta. Si lo hace, no se necesita nada más. Conviene no cargar al argentino de más responsabilidades de las que ya tiene: decidir tres de cada cuatro partidos. Hasta duele verle en ocasiones ajustarse el brazalete porque da la sensación de que cualquier adorno le molesta. Messi ha respondido siempre que ha tenido la única misión de enseñar su juego al mundo. Lo suyo no son los discursos ni negociar las primas ni perder un segundo de vista la portería por tener que sortear el campo y estrechar manos.

Me da que si pudiera rebobinar, retocaría su alegato en la presentación del Gamper. Por mucho que haya tocado la fibra del barcelonismo. A sus ambiciosas palabras se ha aferrado todo el mundo, con Bartomeu a la cabeza. Su valiente estreno como primer capitán seguro que se debió, en parte, a la rabia que le dio no coronar la temporada pasada con la Champions. Fue su manera de pedir perdón al soci. Pero, por su timidez y falta de soltura en la palabra, lo vi más como una clara muestra de que, con esta nueva responsabilidad, piensa (sin deber) que tiene que marcar las diferencias fuera como ya lo hace en el campo. Simplemente porque siempre se espera lo máximo de él. No me gustaría ver al Messi obsesionado que resopla con la Albiceleste cuando se acerque mayo, porque el día más inesperado se bloquea, se angustia y se gripa. Prefiero al Messi que pierde la cuenta del marcador, y que no sabe ni el día ni la hora que es y busca uno y otro gol sin descanso. Como ante el PSV. Para capitanes, lleve o no brazalete, ya está Piqué. Y para jugadores obcecados ya sobra con algunas de las noches que regala Suárez. El diez, que juegue y disfrute. Diga lo que diga, no nos debe nada.