Tócala otra vez, ¡Iniesta de mi vida!

Iniesta de mi vida!”. No hay frase que describa mejor lo que sentimos todos los españoles futboleros que la que brotó de la garganta y el corazón de José Antonio Camacho aquella gélida noche en el Soccer City de Johanesburgo. Llevábamos toda una vida esperando ese momento. Unos más vida que otros, por cuestión de edad, pero todos soñábamos con ver a España proclamarse campeona del mundo. Y aquel gol de Iniesta sació nuestra ansia de victoria e hizo olvidar tantas decepciones mundialistas.

Ahora hemos vivido la despedida de Andrés del Barça, disfrutando de los preciosos homenajes que le han dispensado. Y cada vez que vemos su inconfundible rostro de tez pálida, nuestro cerebro, nuestro corazón, nuestra piel erizada se traslada a aquella noche maravillosa del 11 de julio de 2010. Aquella noche mágica en la que muchos españoles se reconciliaron con su bandera y la sacaron a la calle en una explosión de alegría. Una alegría necesaria después de meses sumidos en una profunda crisis. Quizás para algunos aquella alegría solo duró esa noche y al día siguiente regresaron a la cruda realidad, pero aquello que vivimos debe ser la tan cacareada felicidad, que puedes estar persiguiéndola toda la vida y cuando la encuentras sólo dura un instante.

Ahora volvemos a soñar con vivir en Rusia otro instante de felicidad como el que vivimos en Sudáfrica. Iniesta sigue ahí, dando exhibiciones con su fútbol de videojuego. Ayer le pregunté que si le gustaría volver a marcar otro golito en la final: “Ganando sobra el gol, el gol ya fue”, me contestó con su media sonrisa y sus ojos de pillo, con esa astucia manchega que preside sus regates cambiándose el balón de pierna. Marques o no marques, en Rusia, ¡tócala otra vez, Andresito!