El golf se quita la etiqueta

El pasado año fue brillante para el golf español. La eclosión de Jon Rahm reactivó a Sergio García, que al fin ganó su primer major: el Masters de Augusta. También triunfaron Cabrera Bello, Quirós, Otaegui y Azahara Muñoz. En total: diez títulos profesionales. Más otros relevantes logros como el Mundial Sub-18 Femenino frente a la dominadora de la categoría: Corea del Sur. Estas victorias no surgen por casualidad, ni estos jugadores salen de la nada. La RFEG, que preside Gonzaga Escauriaza, mima los pasos de aquellos que destacan en los clubes a edades tempranas hasta que dan el salto al profesionalismo. Incluso facilitan esta última zancada asesorando en la elección de una universidad estadounidense o allanando el acceso del golfista amateur a la tarjeta europea con el Programa Pro Spain.

La semilla de Severiano Ballesteros da frutos. Pero el golf es mucho más que competición, es un motor que mueve 2.000 millones de euros de turismo en España. Algunas comunidades, principalmente Andalucía, lo han sabido explotar. No todas. También es una actividad saludable, que se practica hasta edades tardías. Se enfrenta al inconveniente del tiempo: no es fácil arañar cinco horas a un día. Aunque esto se soluciona con fórmulas más dinámicas como los nueve hoyos. El problema principal, sin embargo, apunta a su imagen. El golf está arraigado y popularizado: tiene 272.000 licencias y llegó a 330.000. Pero aún hay quien lo ve como un deporte caro y elitista. En la ficción de la pantalla se suele asociar al corrupto, al mafioso o al millonario sin escrúpulos. Escauriaza y su equipo también trabajan por quitarse esa etiqueta.