Tan grande como la Torre Eiffel

La Torre Eiffel, a sus pies. Ni James Bond hubiera mejorado la escenografía en su película más sublime. Se giró y allí estaba él, en los cielos de París, con su reluciente y merecidísimo quinto Balón de Oro. Su sonrisa diáfana delataba su orgullo por una conquista más que le reivindica, a sus casi 33 años, como el mejor futbolista del planeta Tierra. Sus cinco dedos eran la metáfora perfecta para alumbrar un logro que sólo será valorado en su justa medida con el paso del tiempo. Le vi sereno, consciente de que estos momentos que vive le harán pasar a la historia como el futbolista hecho a sí mismo que llegó más lejos en el Everest del fútbol.

Me gustó su gesto humilde hacia Raúl, reconociendo que era increíble que el eterno capitán no tuviese ningún Balón de Oro pese a su espectacular carrera. Por eso, quedó claro en la preciosa ceremonia parisina que no basta con tener talento, ni siquiera con meter tropecientos goles. Hay que tener un punto de suerte, saber estar en el momento adecuado con los cinco sentidos activados y un sentido fanático de la profesionalidad que permite entender cómo este chaval de Funchal se ha empeñado en mantenerle el reto al futbolista que parecía destinado a ser el mejor de todos los tiempos.

Messi es un futbolista colosal, capaz de hacer prodigios con el balón. Eso le llevó a golear momentáneamente a Cristiano en el pulso por el Balón de Oro (4-1). Cualquier otro jugador hubiera arrojado la toalla. Pero Cristiano es mucho más que un futbolista. Como bien dijo Ginola, el portugués es ejemplar por los valores que transmite de superación permanente para mejorar cada día que pasa. Esto no acaba aquí, señores. Cristiano ganará este partido. La historia le espera...