El fiero turco en Lepanto...

Sebastián Álvaro
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Aunque hoy no parezca que pudimos hacerlo, aunque muchos aborrezcan, se avergüencen o ignoren aquellos tiempos, aunque algunos más se crean los mitos de una leyenda negra puesta en marcha por ingleses, franceses y holandeses para socavar la hegemonía de los Austrias, hubo un tiempo en que España dominaba el mundo. Pero hoy sabemos, gracias a reputados hispanistas extranjeros, como John Elliot y Geoffrey Parker, mucho mejor esos dos siglos, aproximadamente los que van de 1500 a 1700, de la España imperial. Si es cierto que se puso en marcha la Inquisición (1478-1834), pero la cifra de ejecuciones que manejan los expertos no sobrepasan las 10.000 para ese tiempo y realzan que había un procedimiento penal que contrasta con el de los tribunales luteranos, calvinistas o anglicanos. Ni la violencia de los Tercios ni la de la conquista de América fue diferente ni superior a la de las potencias rivales sino, más bien, todo lo contrario. Y, por supuesto, eso no justifica ni los errores ni las crueldades. Pero si hubo conquistadores, también llegaron arquitectos, profesores, cartógrafos y sabios, que construyeron universidades, catedrales, puentes y mapas. Para España aquellos territorios pasaron a ser nuevos reinos, no fueron degradados a colonias.

Para que ese dominio fuera posible tuvimos, aunque ahora nos parezca mentira, funcionarios leales, soldados valientes, generales competentes y los mejores marinos de la época, cuando, precisamente, los imperios pasaron a ser globales y marítimos. Y uno de los más grandes es sin duda Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, uno de los mejores estrategas de Felipe II, uno de los pocos marinos que jamás conoció la derrota, que venció en las Azores (la Tercera) y en Lepanto y en Malta. Militar que siempre daba ejemplo en sus acciones, hombre de gran determinación y frialdad en los momentos clave y amante del arte. Estos días está de actualidad en Madrid porque el ayuntamiento pretendía quitar su estatua, obra de Benlliure, de la Plaza de la Villa. Probablemente no hay nada mejor que gastarse los dineros del erario público que en cambiar estatuas, cuando los mendigos se amontonan debajo de los puentes de la M-30. Quizás es que muy pocos dentro de los responsables del ayuntamiento sepan quien es Álvaro de Bazán. O quizás, en estos tiempos tan políticamente correctos, lo que molesta es el poema que le dedicó Lope de Vega al insigne marino y que figura en la placa de su estatua: "El fiero turco en Lepanto, en la Tercera el francés, y en todo el mar el inglés, tuvieron de verme espanto". Podrán quitarle de la plaza pero nunca de la Historia.

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