La metáfora de esta historia

La metáfora de esta historia

Como casi siempre que hablan los callados, Messi tiene razón. Este récord es bonito para la estadística, y poco más. Lo que importa es el vestuario, es decir, la conjunción astral que consiguieron sucesivamente Pep Guardiola y Tito Vilanova potenciando los valores de asociación de un grupo de lujo. Y esta es la metáfora de esta historia, dispuesta otra vez anoche sobre el césped vibrante del Villamarín.

El primer gol de Messi, con el que ya igualó la marca del máximo goleador de la historia, fue auténticamente de Messi, hecho por él sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, conjurando todos los peligros que acechan a un delantero en el área y disparando luego como si ya se le hubiera calmado la urgencia de apuntar. Ya había apuntado, e igualó a Müller de un cañonazo como aquellos hachacitos rosa que José Martí decía que eran letales en una guerra. Y el segundo gol fue ya la metáfora auténtica, la explicación de la mitología azulgrana. En esta ocasión, la asociación vino desde Iniesta, y el disparo fue, cómo no, del astro argentino, cuyo discurso principal no es señalarse ninguna parte del cuerpo para explicar su genio: él se encomienda a su abuela, sencillamente.

El resultado de su concentración es la derivada de la fe en sus propios compañeros, que éstos anoche le devolvieron incluso con aplausos. Un futbolista es cómo se mueve, y ese movimiento de Iniesta a favor de Messi parecía un resumen del oficio del fútbol hecho arte. Dos grandes futbolistas exhibiendo una metáfora que honra al fútbol. Por cierto, el Betis pudo ganar; lo mereció. Pero el trámite que impone Messi (y ayer la suerte) resulta un as insuperable en la manga del Barcelona.