Se despejó el culebrón, que aunque se intuía, porque a estas alturas de la vida a nadie le engaña un jugador de balonmano cuando se enfrenta a un contrato sideral, pero desde la Federación Española se pedía que Nagy hablase. No lo ha hecho, porque el húngaro, que es un buen tipo además de gran jugador, supongo que estará avergonzado ante la posición de asumir públicamente que él es, como la mayor parte de los profesionales de este tiempo, un mercenario. Así que el gigante ha dejado pasar el tiempo, callado, y se ha plantado en la concentración de Hungría para preparar los partidos del premundial de España y los Juegos Olímpicos.
La nacionalidad, el sentimiento de ser, pertenecer o conformar un grupo, cada vez es más complicado de asumir con fidelidad en esta aldea global, en que si, por ejemplo, vives en Madrid llegas antes a una cita de trabajo en Bonn, pongamos por caso, que a visitar a unos parientes en Ponferrada, sin ir más lejos. Y, además, Nagy es húngaro, con familia en Hungría, y el Veszprem le ponía el contrato de su vida encima de la mesa. Pues sí, yo le entiendo, el que haya renunciado a la opción de ser español, y el que esté sonrojado como pocos, al menos si tiene que salir a dar explicaciones, porque a nadie le gusta asumir ese papelón de interesado pesetero que no hay quien se lo quite a partir de ahora.
Debajo del culebrón de Laszlo hay otras pequeñas historias, muchas, que son a la vez un buen número de dramas personales. Porque el Ademar anuncia que reduce su presupuesto a la mitad, menos de 1,1 millones de euros, cantidad que no hace tanto era sinónimo de descenso; porque el Valladolid aún no sabe si jugará en Europa porque en este momento no tiene cerrados los anunciantes que le lleven a la próxima Champions. Vamos, que no hay un euro para alegrar las plantillas, y que Antonio García no tenga ni una sola oferta española, es una demostración de que no se puede pensar en algo grande como hace bien poco.
Antonio García, en el Ademar, ha sido uno de los jugadores de matrícula en la temporada. Sin embargo, ahora que ha llegado a un acuerdo con el tercer equipo de la Liga para lograr su desvinculación, va a tener que hacer el petate para irse a Francia, una Liga que surtía de sus mejores jugadores a España y a Alemania. Pero ya no. Nadie sabe qué pediría Antonio por quedarse en la Asobal, aunque como ya conoce lo que es vivir sin cobrar, lo más seguro es que no se dejase engañar por cantos de sirena y solicitase por lo menos garantías de que va a cobrar al día su salario. Por eso nadie se ha interesado por este lateral diestro internacional, posiblemente el mejor español de la Liga con Alberto Entrerríos, y por eso tendrá que irse a la emigración. Como tantos otros. Y otras.
Hace unos días el internacional Puig, ahora en Francia, comentaba en las redes sociales que en la próxima temporada bien se podría hacer un programa de “balonmanistas españoles por el mundo”, porque entre ellos y ellas van a estar representada España en toda Europa. En toda, y en ligas que antes se veían como de segunda fila. Y, además, no es la exportación de buenos o buenas jugadoras, sino que es la salida de los mejores, lo que es, por lo menos, decepcionante para un país.
Tengo varios compañeros que desde hace años defienden la tesis de que el deporte profesional tiene que ser autosuficiente. Es decir, que no tenga ayuda y subvenciones del dinero público, porque tiene que estar disponible para otras cosas. Es más, en la Unión Europea algunos clubes también apelan al principio de la libre competencia para señalar estas prácticas de la colaboración pública como una práctica ilegal de abuso de posición dominante. Pero este no es el sitio de discutir principios jurídicos.
Yo, que durante mucho tiempo he estado cercano a esas posiciones de mis colegas, las de evitar las ayudas de ayuntamientos, diputaciones y comunidades, aunque yo porque sin ese dinero se rebajarían los presupuestos y se evitaría la inflación de los contratos escandalosos en el deporte, ahora tengo mis dudas acerca de esa inversión local en clubes de alto nivel. Fundamentalmente, porque el deporte profesional es imprescindible en muchas ciudades, porque tiene aportaciones paralelas y mensurables en la economía de muchas ciudades, como demuestran los estudios económicos de las universidades, pero porque estas asociaciones realmente sirven para el bienestar general de la población, y colaboran sin duda en ese sentimiento de pertenencia a un grupo. Por eso me temo que esta huída de los mejores y la desaparición de clubes por culpa de esta crisis que nos tiene oprimidos, sometidos y pesimistas, no ayudará a que el sector del deporte nacional se auto regule, sino que será otra decepción y profunda tristeza para tantos aficionados que sin seguir de manera directa a suss equipos, esperan al lunes para saber qué hizo, y cómo, y dónde, el color (o colores) de sus amores.