Juega Leo, ahorren elogios

Juega Leo, ahorren elogios

Semana tras semana, los locutores, narradores, comentaristas y otros habitantes de la fauna periodística asisten a un espectáculo que, como aquel del viejo circo, exige el más difícil todavía: inventarse un calificativo, una metáfora, una imagen, una definición para lo que Leo Messi tiene por costumbre inventarse. No cabe duda de que el Pulga ha hecho y hará todavía cosas inverosímiles con la pelota en los pies; ha nacido con esas hechuras especiales de quienes se relacionan con el balón como si se conocieran de toda la vida. Pero ocurre que no siempre lo que sale del talento de Messi es para arrancarse los pelos de las axilas. Messi también ha hecho goles normales, incluso mediocres, como el que marcó en campo del Levante o el que consiguió en Stuttgart, pero aun así hubo que asistir a discursos babeantes (secretario Begiristain dixit), griteríos desaforados, exclamaciones exageradas, como si el mundo se hubiera acabado.

No se trata de quitarle ni un ápice de valor al juego de Messi, generoso con el espectador, directo a la portería hasta que le hace parecer un chupón, tentación en la que no hay que caer: cuando le salen esas jugadas (verbigracia, el golazo maradoniano al Getafe), entonces sí hay que agarrar el babero y despacharse a gusto. Pero sería aconsejable tener paciencia, porque si Leo ha sido capaz de poner en pie ya varios estadios, apenas cumplidos los 20, se corre el riesgo de quedarse sin adjetivos para celebrar su arte.