El recuerdo del capitán Scott

El recuerdo del capitán Scott

De vez en cuando la vida, tan avara, nos da un premio de los de no olvidar el resto de nuestros días. Eso pensaba mientras observaba un mar plagado de gigantescos icebergs que flotaban en unas aguas brillantes y calmas. A mi espalda, un horizonte encrespado de montañas y glaciares como no es posible vislumbrar en ningún otro lugar de nuestro planeta. Ni siquiera en el Karakorum ni, mucho menos, en el Himalaya puede disfrutarse de un espectáculo tan bello y conmovedor, tal acumulación de nieve y hielo, tal juego de luces, cornisas, hongos de nieve, seracs más grandes que un edificio de nueve plantas, grietas por las que se adivinaba el infierno del Dante... Todo estaba a nuestros pies.

Unos minutos antes, habíamos alcanzado la cumbre del monte Scott, una de las cimas más atractivas y envidiables de la Antártida. No lo es, desde luego, por su altitud, muy modesta pues no supera los 1.000 metros, sino por su belleza y su dificultad. Para encontrarse un terreno similar al que hemos recorrido en la parte superior del monte Scott habría que estar escalando cerca de la cumbre de algunos ochomiles, y ni siquiera todos. Además de por el maravilloso espectáculo natural que nos ha proporcionado, alcanzar esta cumbre ha sido muy especial para nosotros, por cuanto simboliza todo el esfuerzo heroico, tenaz, incluso equivocado, que supuso la gesta protagonizada por Scott y sus compañeros camino del Polo Sur Geográfico. Su infortunada peripecia ha contribuido de manera decisiva a convertir la Antártida en el último gran terreno de aventura de un planeta cada vez más urbanizado, cansado y aburrido.

El capitán de la marina británica Robert F. Scott hizo del Polo Sur su objetivo, su pasión, su razón de existir. Y el Polo Sur lo mató. A él y a sus cuatro compañeros de aventura. El hielo, el frío, el agotamiento lo hicieron, pero también la inmensa decepción que sintieron al saberse perdedores en la carrera por llegar hasta los 90º Sur cuando se encontró, en enero de 1912, en ese punto geográfico la tienda y la bandera noruega dejadas por su contrincante Roald Amundsen un mes antes. Un puñado de días le habían privado de sentirse el primer hombre de la historia en hollar aquel espacio salvaje y vedado a la vida. El camino de vuelta hasta su base en la costa antártica se convirtió en un calvario atroz que Scott fue describiendo en un diario cuyas últimas palabras escritas fueron: "¡ Por el amor de Dios, ocupaos de nuestros deudos!". La hazaña de Scott es una de esas historias que, como escribió Stefan Zweig en su magnífica Momentos estelares de la humanidad, fue "...la más grandiosa tragedia de todos los tiempos, la que, de cuando en cuando, logra crear un poeta, y la vida miles de veces.".