El objetivo del juego es derrotar a un determinado número de enemigos combinando piezas de colores (mínimo de tres iguales), cuyo valor varía en función de los héroes que se tenga y de las modificaciones que sufren en función del escenario. A más piezas, más puntos (más daño a los rivales); la clave está en encontrar un equipo equilibrado: un sanador para recuperar energía, un defensor para que aguante los envites contrarios y una buena carta de ataque para causar daño. Si a eso sumamos las bonificaciones por color de cada escenario todo resulta más fácil.

Si en Puzzle Quest era importante mantener una plantilla de héroes bastante amplia para poder seguir jugando, aquí esta premisa se viene abajo por la aparición de los suministros: cuyo límite marca el número de partidas que pueden realizarse antes de que se agoten. El sistema evita que se pase mucho tiempo seguido jugando (30m) salvo que se pague por ello, aunque como sistema recaudatorio parecía más coherente el fomentar el coleccionismo: a más héroes, más tiempo jugando.

Hay dos mecánicas de juego, por un lado están las aventuras que van apareciendo en el mapa y que tienen que ser terminadas en un determinado número de días y por otro lado, se ofrece un torneo multijugador en el que habrá que ir subiendo en el escalafón. Como siempre en este tipo de juegos el que paga obtiene una ventaja decisiva sobre sus rivales, distancia que se acrecienta partida a partida, ya que los beneficios que se obtienen en las primeras posiciones marcan una diferencia insalvable.

El juego es adictivo, y mucho, todo está realizado con bastante mimo: desde el diseño de las cartas hasta la presentación de los enemigos, y tiene una curva de dificultad bastante ajustada, aunque algunos de los jefes finales de nivel exigen demasiado. Resulta ideal tanto el jugador casual como para los que gusten de entretenimientos tipo Candy Crush.