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20 años de God of War: en defensa del Kratos griego y sediento de sangre frente al nórdico

El nacimiento de un Fantasma de Esparta, fruto de su generación y del amor por el cine de acción y aventuras

God of War

Era 2005 cuando David Jaffe, creador de Twisted Metal, cumplió el sueño de hacer un videojuego que transmitiera la emoción cinematográfica de ‘Furia de Titanes’. Una aventura ambientada en una Grecia mitológica, aunque con un giro aún más oscuro. El resultado fue God of War, un hack and slash que narraba la tragedia del espartano Kratos, analizada desde el punto de vista mitológico en el ensayo ‘La Tragedia del Fantasma de Esparta’. El Fantasma de Esparta inició un periplo de venganza pavimentado de sangre y dolor que marcó el género de acción. En este marzo, el mes consagrado a Marte, conmemoramos el nacimiento de un nuevo dios de la guerra que celebra su 20 aniversario.

Mucho más que sangre y vísceras

Si buscamos God of War en Google, los primeros resultados harán alusión al arco nórdico de Kratos. Era 2018 cuando la saga experimentó un punto y aparte: el Fantasma de Esparta iniciaba una nueva vida en tierras nórdicas, con su consiguiente conflicto contra otros dioses. Tanto el sistema de juego como la narrativa habían dado un cambio radical: Kratos, de edad madura, tenía un carácter más templado, con una nueva racionalidad que le llevaba a un nuevo estilo de combate más estratégico que su anterior bestialidad entregada al hack and slash. En este nuevo camino vital era, de nuevo, padre, e intentaba hacer las cosas que su yo pasado tras haber aprendido la eterna lección de que la venganza no trae la paz.

A menudo se ha elogiado al nuevo Kratos como una versión superior del antiguo, con cierto desprecio al arco clásico de God of War y su violencia exacerbada. De manera injusta, se habla del nuevo Kratos como una versión que da carpetazo al anterior, ¿pero es de verdad así? ¿El Kratos clásico era un personaje tan plano que merece caer en el olvido?

god of war, 20 aniversario, sony santa monica
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En primer lugar, cabe recordar que God of War era fruto de las tendencias de la industria del momento: los videojuegos de acción gozaban de excelente estado de salud y la violencia en ellos se veía como una catarsis. La saga Resident Evil experimentó una revolución gracias a Resident Evil 4, más dirigido a la acción y no tanto hacia el terror de supervivencia. Devil May Cry, que había influenciado a una generación entera de hack and slash en donde se hallaba el mismo God of War, lanzaba su tercera entrega con un sistema de combate más profundo y una narrativa más elaborada.

La violencia de God of War tenía sentido dentro de su misma narrativa. A través de las Espadas del Caos y el resto de arsenal que adquiría Kratos, sentíamos su propia ira liberarse con cada mandoble, con cada combo, con cada miembro cercenado. El Fantasma de Esparta no era un avatar vacío, sino que tenía detrás una narrativa que cumple con los preceptos del héroe trágico clásico, con características que identificamos en otros mitos conocidos como el de Heracles o Edipo.

God of War
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Kratos, héroe trágico

Al igual que los héroes de las tragedias griegas, Kratos está marcado por el destino. La destrucción del Olimpo a sus manos estaba vaticinada a través de un oráculo y se acaba cumpliendo a pesar de que los dioses hacen todo lo posible para evitar la fatalidad. En el primer God of War, Kratos se condena cuando invoca, a punto de morir, al dios de la guerra: “¡Ares, derrota a mis enemigos y mi vida es tuya!”. En la Grecia clásica, se creía que las peticiones a los dioses debían formularse de la forma más literal posible, y esta misma plegaria es la que condena a Kratos: Ares le toma la palabra, a cambio de convertirle en un siervo que vive por y para matar y con el único objetivo de conquistar nuevas tierras. Durante una de sus masacres, cegado por la sed de sangre, acaba con las vidas de su esposa Lisandra y su hija Calíope. Como condena, llevará en su piel impregnadas las cenizas de ambas mujeres.

Desde este suceso, las pesadillas y las visiones de su propio crimen atormentan a Kratos. El espartano cae en una espiral de autodestrucción donde se refugia en el alcohol y el sexo casual, de lo cual sólo obtiene un alivio momentáneo. El espartano trabaja para los dioses, esperando a cambio ser perdonado y obtener la paz mental. Finalmente, ruega el fin de su suplicio a Atenea, diosa de la sabiduría, las artes plásticas y la guerra en su faceta estratégica. La deidad le exige un último trabajo más a cambio de su perdón: acabar con Ares.

God of War
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En esta literalidad del pacto reside una nueva trampa para el Fantasma de Esparta: cuando por fin cumple con su cometido, obtiene su perdón, pero las visiones siguen inundando su maltrecha mente. Atenea le recuerda la promesa: a cambio obtendría el perdón, no la paz. La única salida que contempla el espartano es la muerte, pero su propio suicidio se impide cuando es ascendido como nuevo dios de la guerra.

David Jaffe tenía en mente crear a un protagonista que evocara a los héroes hipermasculinos del cine de acción noventero. Con esto, se asocian una serie de valores que ya conocemos: una fuerza física sobrehumana, un aspecto rudo y un carácter áspero, además de presentar a Kratos en su mismo universo como alguien deseado por las mujeres —por supuesto, también es heterosexual—. Pero esto no significa que Kratos sea un personaje plano, sino que se trata de un hombre imperfecto que busca en la venganza el consuelo para su dolor, y es en este viaje donde empieza su crecimiento. The Therapist Gamer, youtuber especializado en realizar análisis psicólogicos de personajes de videojuego, diagnosticó en el Fantasma de Esparta estrés post-traumático, trastorno de personalidad antisocial, trastorno intermitente explosivo y trastorno de ajuste con perturbación de las emociones o conducta.

Kratos en God of War: Ragnarök.
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La evolución de Kratos a través de la saga clásica

A menudo, se habla de los dos Kratos como dos unidades contradictorias, si bien uno no podría existir sin el otro: el Kratos de la saga nórdica es fruto de la evolución del destructor del Olimpo y de su aprendizaje. Recordemos que God of War (2018) no fue un reboot, sino una continuación que no tendría sentido sin la tragedia griega a la que había sobrevivido el fantasma de Esparta. Incluso ambos tienen algo en común: la brutalidad con la que se afrontan a sus enemigos y el sentido de protección hacia los suyos.

A lo largo de la saga griega, Kratos también experimenta su propia evolución de manera paulatina. En la trilogía principal, le vemos descender a la locura de su propia venganza. En God of War III, conoce a Pandora, por quien desarrolla cierto afecto, en parte porque ve a su difunta hija reflejada en ella. Y, tal vez, sea ella quien en parte le inspirara a ser alguien mejor, motivo por el cual se sacrifica para liberar a la esperanza en su interior —consecuencia de haber abierto la Caja de Pandora— y salvar a la humanidad.

Protagonistas mudos
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En los juegos que sirven de precuela y en el material complementario, vemos cierta evolución en cómo se ha escrito a Kratos. En Chains of Olympus, observamos un fugaz momento de felicidad en él cuando consigue reunirse con Calíope, a quien renuncia para salvar al mundo; por primera vez, vemos al espartano tomar una decisión altruista. En Ghost of Sparta, somos más conscientes de la soledad en la que vive Kratos, quien pierde a una madre y a un hermano. A través de sus escasos lazos familiares, observamos el lado más cálido del Fantasma de Esparta: escenas donde talla una flauta para la pequeña Calíope, su entrenamiento con Deimos y la gran sinergia que construye con él cuando combaten juntos. En Ascension, son los mismos traumas y anhelos ocultos los que explotan las Furias para torturar a Kratos con ilusiones donde el espartano flaquea para entregarse a lo que más desea: una vida llena de paz con Lisandra y con Calíope y su propia gloria en una Esparta próspera.

Si nos vamos a las obras transmedia, en el cómic ‘God of War’ (2010) asistimos al pasado de Kratos y a cómo se enfrentó a las leyes espartanas para impedir la ejecución de su hija —nacida deforme y, por ello, condenada— y aventurarse en una expedición para conseguir la ambrosía, que curaría a la pequeña.

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En la constelación narrativa de God of War, Kratos se presenta como un hombre que no se doblega antes las leyes divinas ni humanas y quien lucha por lo que cree justo. Desafía a Esparta para salvar a Calíope, desafía a los mismos dioses al verse traicionado y antepone la salvación de la humanidad a él mismo. Ese retoño de bondad en el espartano ya existía en la saga clásica y hacía de Kratos un personaje más allá de ser una mole de músculos que sólo piensa en arrancar cabezas. Su propia rebeldía es la que le hace oponerse a su propio destino y decidirse a escribir su propia historia. Sin los God of War griegos, no comprenderíamos al nórdico en toda su plenitud: por qué busca ser mejor, por qué oculta a Atreus su origen, por qué busca una educación para que el muchacho sepa valerse por sí mismo sin ceder a la temeridad.

God of War (2018) y God of War: Ragnarök son también fruto de su tiempo, donde los títulos de acción versan más hacia lo estratégico y la escuela souls, y donde hay una mayor concienciación contra las narrativas sexistas. Pero el Kratos que conocemos hoy no habría sido posible sin el espartano de ayer, quien ya había conseguido erigirse por encima del dolor, la pérdida y la culpa.

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