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Las arañas zombi robot son reales gracias a la necrobótica: una impía fusión de biología y tecnología avanzada digna de Frankenstein

Un grupo de investigadores norteamericano consigue crear ‘arañas cíborg’ utilizando cadáveres reales. ¿Cuál es el propósito de semejante experimento?

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En videojuegos clásicos como Doom, criaturas como la malvada Spider Mastermind —plasmada en la imagen que encabeza este texto— representan impías fusiones de carne y metal, combinando biología y tecnología para dar lugar a criaturas absolutamente espeluznantes. Aunque no disparen rayos de plasma como este personaje de videojuego, las arañas zombi robot son completamente reales gracias a un grupo de investigadores especializado en necrobótica, un campo emergente de la biología y la robótica que propone reutilizar los cadáveres de animales o arácnidos con distintos propósitos, lo que abre un amplio abanico de posibilidades tan interesantes como inquietantes.

No es una exageración: las arañas zombi robot existen gracias a la necrobótica, que reutiliza sus cadáveres para construir pequeños cíborgs funcionales

La necrobótica es una nueva y sorprendente rama de la ingeniería que fusiona cadáveres y tecnología para crear robots biohíbridos funcionales. Aunque suene a ciencia ficción extremadamente siniestra, se trata de algo totalmente real: en 2022, un equipo de investigadores de la Rice University de Houston, Texas (Estados Unidos) logró reutilizar cadáveres de arañas como actuadores mecánicos, convirtiéndolos en pinzas robóticas capaces de abrir y cerrar sus patas a voluntad. Para ello, insertaron una aguja en el prosoma —la parte frontal del cuerpo de la araña— y aplicaron presión neumática para simular el sistema hidráulico que usan estos animales mientras viven para mover sus patas, logrando que recuperaran rigidez y movilidad. Este fenómeno, bautizado por la prensa como “arañas zombi robot”, consiguió captar la atención del mundo por lo inquietante de su propuesta además de lo revolucionario de su enfoque.

Aunque parezca increíble, y más allá del morbo o el shock inicial, la necrobótica tiene aplicaciones prácticas con un enorme potencial. Aprovechando las estructuras biológicas ya presentes en los organismos, como el exoesqueleto hidráulico de las arañas, los científicos pueden desarrollar sistemas robóticos eficientes, ligeros y biodegradables. Entre las aplicaciones potenciales de estas “arañas cíborg” están la microcirugía, la manipulación de objetos extremadamente frágiles o exploración en entornos extraordinariamente angostos y pequeños, donde el uso de maquinaria convencional sería inviable. Además, al reducir la necesidad de fabricar ciertas piezas artificialmente, podría ayudar a minimizar residuos electrónicos.

Sin embargo, esta rama emergente de la robótica plantea serios dilemas éticos y morales. Aunque se trabaje con animales ya muertos, la idea de utilizar sus cuerpos como herramientas tecnológicas genera debate sobre los límites de la experimentación y el respeto a la vida animal. Las voces más críticas temen que normalizar este tipo de prácticas desensibilice a la sociedad frente al uso utilitarista de los seres vivos, incluso una vez fallecidos, y reclaman la necesidad de establecer marcos éticos claros antes de que esta tecnología avance aún más. Hay incluso quien argumenta que esta reutilización de cadáveres tras la muerte es un incentivo perverso en sí mismo, y puede desembocar en la creación de granjas-matadero dedicadas a la producción de animales muertos como si de una planta de montaje se tratase.

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La necrobótica permite reutilizar cadáveres de animales (en este caso, de arañas) como robots biohíbridos funcionales

En última instancia, la necrobótica plantea dudas reales con respecto a una cuestión explorada muy a menudo en diversas obras de ciencia ficción: “¿qué estamos dispuestos a sacrificar en pos de que la sociedad avance?" Hoy, el límite de lo aceptable está “solo” en arañas ‘reanimadas’ que se mueve según dicta su creador, pero mañana podrían ser perros-bomba, como ya pasó en la Segunda Guerra Mundial. Sea como fuere, la ciencia es capaz de difuminar la línea que separa la vida de la muerte, y la carne de la máquina. En ocasiones, la realidad supera a la ficción, y no hay que buscar en una distopía cyberpunk ficticia para dar con experimentos horrendos que combinen carne y metal.

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