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ZONA ROJA NFL

Así los veo: solo otra fatalidad podrá parar a estos Chargers

Solamente han parcheado sus problemas defendiendo la carrera y en la línea ofensiva, pero Bosa, Ingram, Williams, Rivers, Allen, Gordon y compañía son una constelación.

MadridActualizado a
CARSON, CA - DECEMBER 31: Melvin Gordon #28 of the Los Angeles Chargers and Keenan Allen #13 of the Los Angeles Chargers celebrate after scoring a touchdown during the first half of the game against the Oakland Raiders at StubHub Center on December 31, 2017 in Carson, California.   Stephen Dunn/Getty Images/AFP
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STEPHEN DUNNAFP

Antes de entrar en materia deportiva, una consideración que ya he repetido muchas veces, pero que sigue siendo un lastre para este equipo. Los Chargers necesitan sacarse de encima urgentemente ese sambenito de provisionalidad, de franquicia en tierra de nadie, de trasto que molesta en todas partes y que nadie sabe qué hacer con él. Vale sí, todavía hay algunos por este mundo de Dios que son aficionados de los Chargers, pero solo porque tiene que haber gente para todo.

Un equipo de la NFL no puede jugar en un campo de 27.000 espectadores. Ni de forma provisional. Suena a desprecio, a que no le importa a nadie. Y cuando el realizador se despista, y pone alguna imagen de las diminutas gradas, se ven más camisetas del equipo rival que de los Chargers. ¿Qué todo va a cambiar cuando se trasladen al nuevo estadio (que es de los Rams por mucho que nos cuenten)? No se lo creen ni ellos. ¿Qué en cuanto sean un equipo ganador de verdad crecerá su base social? Tampoco se lo cree casi nadie. A estas alturas, le pese a quien le pese, este equipo tiene que dar carpetazo, trasladarse a otra ciudad sin equipo (hay a patadas y se darían bofetadas), cambiarse el nombre, empezar de cero y romper con una maldición que lleva siendo un lastre desde que se fundó en 1960… para mudarse de Los Angeles a San Diego en un solo año.

Parece que todo lo anterior no tiene nada que ver con el deporte, pero influye decisivamente en el juego. No hay colores que defender, ni enjundia, ni compromiso, ni nada en que apoyarse. Casi un equipo virtual sin vida en el mundo real. Como si jugara en un estadio vacío y los jugadores no se avergonzaran de sus propios errores porque no los ha visto nadie. Pelillos a la mar. Una pena. Un extraño precedente convertido en grano en el culo de la NFL.

Si eso fuera poco, los Chargers parecen abonados a la mala suerte. Las lesiones son otro lastre que les impide levantar cabeza. Y en 2018 han llegado como casi siempre, incluso antes que nunca. En el primer entrenamiento de mayo perdieron para toda la temporada a Hunter Henry, una de las joyas de su corona. Segunda ronda del draft de 2016 y heredero de un Antonio Gates que a sus 38 años se había retirado sin una gota de gasolina más, y que es muy probable que tenga que regresar para tapar el agujero.

Y todo lo anterior sin negar el esfuerzo titánico que está haciendo el staff técnico para reunir una plantilla prometedora, y posiblemente ganadora y muy competitiva si vistiera otros colores. Anthony Lynn hizo un gran trabajo en su primera temporada y consiguió un récord positivo pese a todos los problemas que surgían como setas. Ken Whisenhunt y Gus Bradley son un espanto como entrenadores principales, pero se transforman cuando les ponen a hacer lo que dominan de verdad, que es crear ataques y defensas respectivamente.

Otra de las bendiciones, y a la vez maldiciones de este equipo es Philip Rivers, su quarterback. Sin duda, por talento, una superestrella de la NFL. Un mago de los emparrillados. Pero Rivers es imprevisible para bien y para mal. Lo mismo te gana un partido él solo que te lo pierde en una sucesión de decisiones temerarias o, de pronto, parece irse mentalmente del campo. El año pasado, una vez más, jugó una decena de partidos magníficos y volvió a superar las 4.500 yardas de pase, pero, por poner unos ejemplos, en los dos choques con Kansas City se echó al monte como solo él sabe. Siempre he creído que Rivers sufre el ‘sindrome Chargers’ que os he explicado en los primeros párrafos.

ATAQUE: demasiadas cosas pueden salir mal

Ya os he hablado de su quarterback, una bestia pese a sus apagones. Y más cuando tiene al lado un tipo como Keenan Allen, sin duda el mejor receptor que ha tenido Rivers a su disposición. El año pasado por fin consiguió mantenerse sano y rozó las 1.400 yardas aunque su cifra de touchdowns, seis, no fuera maravillosa. También refleja una constante en la carrera de Rivers, que en las últimas yardas juega mucho más cómodo lanzando al tight end o a un running back. Una carrera con Antonio Gates y Tomlinson al lado explica ese tipo de manías. El grave problema, como os contaba, es que Hunter Henry, el tight end titular, se ha lesionado para todo el año y Gates, aunque salga del retiro, no está ya para muchos trotes. No sé el calvario que puede ser para Rivers jugar una temporada sin un buen tight end de referencia. Ahora será más importante que Mike Williams, su receptor elegido en primera ronda de 2017, también sea capaz de jugar sin lesionarse. Lo de Tyrell Williams, y sobre todo Travis Benjamin, ya lo doy por perdido. ¡Qué buenos serían los dos si no tuvieran las manos de mantequilla! Ahora bien, si me pongo optimista, Keenan Allen y Mike Williams se mantienen sanos y Tyrell Williams y Benjamin paran de dejar caer balones, Rivers puede montar un festival alucinante de fuegos artificiales.

Anthony Lynn, el entrenador principal, es un especialista en corredores y está sacando petróleo de un Melvin Gordon que aún no ha llegado a las 4 yardas por intento en sus tres años como profesional, un lunar que empaña su meteórica irrupción en la NFL. Pese a las casi 1600 yardas entre pase y carrera que sumó en 2017, Gordon sigue pareciendo terriblemente irregular. Por ahora me gusta más como receptor que saliendo con el balón del backfield. La duda es si la solución está en él mismo o en el rendimiento de la línea ofensiva. Detrás de él había muy poca cosa con Austin Ekeler y por eso han elegido a Justin Jackson, que podría ser importante si se lesiona Gordon pese a ser elegido en séptima ronda.

Ya que hablamos de la línea ofensiva, en teoría es potente, pero en la práctica parece algo cogida por los pelos y pendiente de evolucionar a pesar de que el año pasado fue la que menos sacks concedió y creo un muro delante de Rivers. Han fichado a Mike Pouncey para que sustituya en el center a Pulley, que era lo más flojo, pero al ex de los Dolphins ya le quedan más galones que juego. Como gran alegría estará de vuelta Forrest Lamp, que después de ser elegido en segunda ronda del draft 2017 se lesionó en verano y se perdió la temporada completa. En el otro guard estará Dan Feeney, elección de tercera ronda de 2017 que tuvo un primer año prometedor. Si Lamp rinde desde el primer día, y Pouncey rejuvenece, Gordon podrá correr por dentro, que fue el gran problema de esa línea en 2017. Pero si algo se tuerce, y hay muchas cosas que pueden hacerlo, puede ser otro año complicado para el corredor. Por fuera estará Russell Okung, un seguro de vida para el lado ciego de Rivers y Joseph Barksdale, cuya sustitución parecía una de las urgencias de los Chargers en la pasada offseason y sin embargo ahí sigue. Tal vez los 18 sacks totales del año pasado, una cifra irrisoria, han llevado al equipo a decidir no tocar a Barksdale y apostar por malo conocido.

DEFENSA: la dictadura de Bosa e Ingram

Cuando un equipo tiene a Joey Bosa y Melvin Ingram, dos defensive ends que superan los diez sacks cada uno y suman combinados los 23, significa que probablemente estemos hablando de una defensa sobresaliente. Sin embargo, todo lo buenos que eran los Chargers en 2017 presionando al quarterback y defendiendo el pase se convertía en catástrofe en la defensa contra la carrera. Todo el que quiso les corrió lo que quiso. Ese parecía el mayor problema del equipo, pero no se preocuparon de resolverlo en la agencia libre y esperaron para ello al segundo día del draft. Primero eligiendo al linebacker Nwosu en segunda ronda, que sin embargo parece más otro pass-rusher que un seguro contra la carrera. Luego, en tercera ronda, llegó Justin Jones, un tackle especialista en frenar la carrera que deberá ponerse a tono cuanto antes porque le necesitan como el comer para sustituir a Mebane e intentar que forme con Corey Liuget una barrera en la línea.

Otra de las razones para el fracaso de San Diego frenando la carrera fue que Denzel Perryman se perdió gran parte de la temporada. Este año estará de vuelta y junto al novato Nwosu y Jatavis Brown debería formar un grupo de linebackers mucho mejor que el año pasado.

Si Bosa e Ingram dan miedo, la secundaria puede rondar la perfección. Casey Hayward está en la super élite de los cornerbacks de la NFL actual, Trevor Williams se salió en 2017 y Desmond King tuvo un debut impresionante en el slot en su año de rookie. Jaheel Addae también es un gran jugador y solo había que encontrar un sustituto para Tre Boston, que en la agencia libre se marchó a Arizona después de jugar una grandísima temporada. Probablemente, los Chargers no pensaban elegir a un safety en primera ronda del draft, pero se encontraron con Derwin James, que increíblemente les llegó con el pick 17 para ser, si se cumplen las expectativas, un free sensacional.

CONCLUSIÓN:

Los Chargers tienen un equipazo. De verdad que lo tienen. La defensa parece haber resuelto el agujero del interior del front seven y el interior de la línea ofensiva debería mejorar. Esos fueron los problemas más graves de una temporada 2017 en la que terminaron con un récord 9-7. Además, sus rivales divisionales están iniciando procesos de reconstrucción o estrenan quarterback. Su calendario parece relativamente sencillo. Vista su plantilla y las circunstancias, lo lógico es que ganaran más partidos que el año pasado e incluso ganaran su división. El problema es que son los Chargers, ya se ha lesionado Henry y seguro que solo es el principio de otra tormenta perfecta y al final, por lo que sea, el equipo eléctrico de la NFL casi siempre termina cosechando un resultado mucho peor del que merece por calidad y talento.