Atletismo hermoso, pero estancado
La IAAF no ha aprovechado el tirón de Bolt, Van Niekerk y Rudisha. El atletismo necesita publicitarse, sobre todo entre los más jóvenes.
En pocos sitios luce más el atletismo que en Londres, una de las escasas grandes ciudades que mantiene la fidelidad con un deporte que ha perdido gancho en otras capitales. Alrededor de 55.000 personas se reunieron en la tarde de ayer para presenciar una jornada sin grandes estrellas mediáticas en las finales. Todos los días, el estadio ha presentado un aspecto magnífico. A los británicos les gusta de verdad el atletismo. Forma parte esencial de su cultura deportiva. Qué diferencia con el desangelado aspecto del estadio en los Juegos de Río de Janeiro, o las desiertas gradas en Pekín durante las jornadas matinales.
Londres mantiene el espíritu de 2012, año mágico para los atletas británicos. La conexión funciona, aunque en los Mundiales no están ni Jessica Ennis, campeona olímpica de heptatlón, o Rutherford, ganador del salto de longitud. Es meritoria la lealtad de los aficionados de las Islas en unos Mundiales que vuelven a padecer el problema del calendario, demasiado largo, estirado artificialmente en muchas pruebas y más disperso de lo conveniente.
Es un calendario poco adecuado para la televisión. En unos tiempos donde el combate por la audiencia es asfixiante, la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) mantiene jornadas de ocho o nueve horas, como en los tiempos dorados de las televisiones públicas, dueñas de las parrillas y sin competencia de las privadas. Televisión Española se ha encontrado en graves dificultades para emitir algunas de las últimas ediciones de los Mundiales, un dato que explica la pérdida de interés de la audiencia y la parálisis de la IAAF, instalada en un modelo que necesita una revisión urgente.
Pereza mental. Apenas hay novedades que convoque a la imaginación de los aficionados. Persiste una pereza mental que pretende ampararse en un purismo irreal. En pleno siglo XXI, con una ola de jóvenes deportes que crecen porque entienden el tiempo en el que viven, el atletismo ni aprende, ni aprovecha su indudable potencial. En una sociedad que exige el espectáculo, los dirigentes de la IAAF han sido incapaces de aprovechar la mina de oro que, por ejemplo, han significado los dos últimos Juegos Olímpicos.
Fenómenos. Pocas veces en la historia se han reunido tres fenómenos del calibre del jamaicano Usain Bolt (100 y 200 metros), el sudafricano Wayde Van Niekerk (200 y 400 metros) y el keniano David Rudisha. Bolt batió los récords del mundo en Pekín 2008 y en el Mundial de Berlín 2009. Van Niekerk destrozó en los Juegos de Río la marca mundial de Michael Johnson, considerada inaccesible durante más de 15 años, y se ha consagrado como el único atleta capaz de bajar de 10, 20 y 44 segundos en los 100, 200 y 400 metros.
Rudisha ganó en Londres 2012 la final más hermosa de los Juegos, los 800 metros más vertiginosos que se han visto jamás en una pista. El keniano batió el récord del mundo, con una marca por debajo de 1.41 minutos.
Estos tres fenómenos ofrecieron lo mejor de su talento en los Juegos y en los Mundiales, no en reuniones de verano. Han sido, por lo tanto, la mejor propaganda para la IAAF y el Comité Olímpico Internacional. ¿Por qué no aprovechar su tirón popular y las grandiosas expectativas que han generado en la cima de sus carreras? Algunos dirán que el atletismo no es un circo, pero no había nada de extravagante en preparar algún tipo de competición que permitiera reunir a Bolt y Van Niekerk, y quizá también a Rudisha.
El atletismo necesita publicitarse, sobre todo entre los más jóvenes. Necesita desdeñar la pereza mental y aprovechar lo mejor que tiene, unos cuantos atletas de magnitud histórica que deberían servir de banderín de enganche para los aficionados al deporte. Puede que las fórmulas no sean sencillas, pero la búsqueda es necesaria, porque hay algo en el atletismo actual que huele a agua estancada.