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HISTORIA DE LA MLB

Lou Gehrig, el caballo de hierro en las Grandes Ligas

Su discurso de despedida fue la cima de una carrera asombrosa para el primera base de los Yankees, que se paró por una implacable enfermedad.

BarcelonaActualizado a
Lou Gehrig, la gran leyenda de los New York Yankees y de las Grandes Ligas.
Getty Images

Era una tarde de humedad irrespirable y calor insostenible, indicios de que el verano neoyorquino acababa de empezar. En el monumental estadio que dominaba la orilla izquierda del Rio Harlem, un hombre alto, con melena negra y hombros anchos estaba de pié, encima del plato de casa base. Su camiseta le quedaba perfecta, como siempre. Estaban presentes, juntos a más que 60.000 aficionados en llantos, los miembros de los Bombarderos del Bronx campeones del mundo en el año 1927 y los actuales componentes del glorioso equipo que viste de blanco con rayas azules. Todos devorados por la tristeza y la melancolía. Un escenario escalofriante. Sus compañeros de vestuario le habían regalado una placa que él pudo sujetar por solo un par de segundos porqué la fuerza no acompañaba más a sus brazos que por tres lustros habían hecho temblar el país por ende de una potencia arrolladora.

Habían tomado el micrófono varios pesos pesados. El alcalde de la “Gran Manzana”, Fiorello LaGuardia, un hombre al cual le pondrían uno de los aeropuertos de la ciudad. Después había llegado la hora de Joe McCarthy, manager de la más poderosa dinastía del beisbol. Entonces se asomó Babe Ruth, vestido de traje blanco, sin corbata. El Bambino viejo amigo del protagonista que aprovechó esta inigualable ocasión para volver a acercarse al compañero enfermizo. Faltaba solo él. Ninguna de las lágrimas que sobresalían de su rostro provenían por el ahogante calor. Más sencillamente eran originadas por una emoción que ningún adjetivo puede explicar con exactitud. Las palabras que había escrito sobre un papel, de su puño y letra, seguían esperando allí en su bolsillo trasero, protegido por sus grandes manos. Hasta que el viejo entrenador le susurró algo a la oreja. Nadie sabrá que le dijo pero, gracias a esta delicadeza, el ídolo finalmente se soltó, incluso sin el auxilio de la carta que había preparado.

La reconciliación entre Babe Ruth y Lou Gehrig, dos inmortales de este deporte, llegó el día del famoso discurso del 'Iron Horse'.
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La reconciliación entre Babe Ruth y Lou Gehrig, dos inmortales de este deporte, llegó el día del famoso discurso del 'Iron Horse'.Getty Images

Su carrera acababa de terminar por una razón trágica. Una tremenda enfermedad que había empezado a comerse su físico de caballo de hierro, como bien explicaba su apodo. Una desgracia que había interrumpido una serie de 2130 partidos jugados consecutivamente. Los aficionados estaban allí quietos, con la piel de gallina y el corazón partido. Quizás se esperaban vocablos nostálgicos, expresiones rabiosas, una despedida llena de rencor. En cambio, se escuchó un himno a la vida. El campeón se ajustó su pelo negro y arrancó: “Amigos, las últimas dos semanas habéis estado leyendo acerca de la mala suerte que tengo. Sin embargo, hoy me considero el hombre más afortunado en la faz de la tierra”. Así comenzó el discurso más famoso de la historia del deporte. Lou Gehrig estaba sellando el momento cumbre de su trayectoria, que por más amargo que pueda parecer, llegó justo cuando su carrera se había ultimado. Y estamos hablando de un camino inigualable.

Sus palabras resonaron fortísimo, acompañadas por un eco granítico desde los megáfonos de lo Yankee Stadium. Idealmente se difundieron por toda la ciudad, que, en más que una década, había enmarcado su epopeya. Gehrig fue y probablemente sigue siendo el deportista más fuerte nacido en Nueva York. Fue bautizado con el nombre Heinrich Ludwig, clara herencia de que sus padres habían cruzado el charco desde Alemania. Enseguida, todo el mundo americanizó su nombre en Lou. Fue el tercero de cuatros hermanos, sin embargo, el único de ellos que superó la niñez. Las enfermedades habían acabado con su humilde familia. Al padre, que no desdeñaba la botella de whisky, le costó encontrar un empleo estable. La madre se dedicó a cuidar el hogar y tuvo una relación tremendamente afectuosa i intensa con su hijo querido.

Pasó su niñez en Manhattan, primero en Yorkville y luego en Washington Heights, donde se crió otro grande del juego, Manny Ramírez. Deportista de elite ya a nivel escolar, llamó la atención del entero país cuando en un partido de High School dejó para la posteridad un latigazo que regaló el encuentro a su instituto contra el Lane Tech de Chicago. Los 10.000 aficionados que testimoniaron la gesta del chaval en el Cubs Park, hoy Wrigley Field, quedaron extasiados.

Frecuentó la Universidad de Columbia, uno de los ateneos más prestigiosos de la ciudad. Se había ganado una beca como jugador de futbol americano donde actuó en la posición de fullback. Sin embargo, fue con el bate que destacó más, aunque impresionó también como lanzador. Curiosamente, el mismo día de la inauguración del Yankee Stadium, una memorable jornada en la cual Babe Ruth golpeó un colosal jonrón, Gehrig lanzó un partido fantástico defendiendo los colores de su alma mater, ponchando 17 bateadores del Williams College.

Sus prestaciones llamaron la atención de Paul Krichell, ojeador de los pinstripes. El conjunto del Bronx iniciaba su tremendo dominio. La primera dinastía de la organización llevaba la estampilla de Babe Ruth, fichado en el 1919 de los eternos enemigos de Boston. De hecho el nuevo estadio fue bautizado “La casa que Babe Ruth construyó”. Lou fue contratado en el 1923 y su estreno en las grandes ligas llegó en el verano de aquel año, pero solamente a partir de 1925 se convirtió en titular. Entró como pinch hitter el primer día de junio, la jornada siguiente reemplazó Pipp en la primera almohadilla y, a partir de allí, a lo largo de 2130 partidos nunca abandonó el lugar. Gracias a su pujanza con el bate se convirtió en unos de los más poderosos first baseman de la historia del juego. Aquel otoño llegó la derrota más amarga de su carrera, en el partido decisivo de las World Series, ganado por los Saint Louis Cardinals en Nueva York.

La pareja compuesta por Gehrig y Ruth fue el origen del 'Murderer´s Row', el temible turno de bateo de los New York Yankees.
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La pareja compuesta por Gehrig y Ruth fue el origen del 'Murderer´s Row', el temible turno de bateo de los New York Yankees.Getty Images

Babe Ruth, ídolo de nuestro protagonista durante su adolescencia, ya era el amo y señor de los New York Yankees. Gehrig siempre jugó bajo la sombra del socarrón que vestía el número 3 y que pronto se volvió su inseparable amigo. Lou lucia el número 4, como su posición en el lineup, obviamente tras el Bambino. Esta pareja atemorizó a todos los lanzadores del país. En la temporada 1927 los dos amigos guiaron los suyos a una campaña arrolladora. Se llevaron el título de la Liga Americana con 17 partidos de ventaja sobre el segundo clasificado. La Serie Mundial contra los Piratas de Pittsburgh se concluyó con una barrida espectacular. El año siguiente cayeron secamente, sin ganar ni siquiera un juego de la World Series, los Cardenales de Saint Louis. La venganza perfecta.

En el 1932 Gehrig protagonizó una memorable hazaña. Golpeó 4 cuadrangulares en el mismo partido. Después del tercer cohete, un enfurecido Connie Mack, entrenador de los Philadelphia Phillies, sacó a su abridor George Earnshow. El skipper pidió a su pitcher que asistiese a su lado el duelo entre el “Caballo de acero” y el relevo Roy Mahaffey. L.G. repitió por cuarta vez. Y solamente un milagroso atrapo de Al Simmons evitó un memorable repóquer. Aquel año llegó el último anillo que el número 3 y el número 4 ganaron juntos. Babe, ya en el ocaso de su trayectoria, se alejó de su compañero. A lo largo de una gira por Japón, un comentario de la madre de Lou sobre la manera de vestir de la hija de Ruth hizo que los dos nunca jamás se volviesen a hablar hasta el histórico "Appreciation Day". Sin embargo, otra dinastía estaba a punto de empezar.

Y, otra vez, Lou era destinado a quedarse bajo el espectro del nuevo ídolo de la catedral del beisbol, Joe Di Maggio. 'Joltin Joe' no era necesariamente un jugador más fuerte que Gehrig pero, sin lugar a duda, arrastraba más glamour. Los Bombarderos del Bronx eran imparables, el nuevo reinado fue aplastante. El Iron Horse seguía deleitando sus aficionados con proezas leyendarias y números asombrosos. Entre el 1936, año en el cual la prestigiosa revista Time le dedicó el articulo principal de su presentación del clásico de otoño, y el 1938, llegaron 3 anillos consecutivos que consagraron definitivamente al caballo de acero como unos de los peloteros más ganadores de todos los tiempos.

Sin embargo, su productividad empezó a bajar a final de la temporada 1938 y en el Spring Training del año siguiente los números subieron un frenazo alarmante. Sobre todo era evidente la falta de poderío. El 2 de mayo, exactamente 77 años atrás la infinita serie de juegos consecutivos, que fue más fuerte que un par de concusiones celébrales y una lumbalgia, tuvo que rendirse a la Esclerosis Lateral Amiotrófica. Dos meses después Gehrig vocalizó el discurso que lo propulsó hacia la eternidad. Tras palabras tocantes y homenajes a los rivales más duros, concluyó con un guiño a la esperanza: “… Así que termino diciendo que pude haber dado un mal paso, pero tengo un montón de cosas por que vivir. Gracias”.

El 2 de mayo de 1939, Lou Gehrig descansaba por primera vez tras disputar 2130 partidos seguidos.
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El 2 de mayo de 1939, Lou Gehrig descansaba por primera vez tras disputar 2130 partidos seguidos.Getty Images

La enfermedad ahora es conocida con su nombre. Paso a paso se devoró su cuerpo. Su inquebrantable fe por la vida lo llevó a trabajar en el ayuntamiento de su ciudad, pero cada día había algo en su cuerpo que respondía peor a las llamadas de su cerebro. Hasta que el 2 de junio del año 1941, exactamente 16 años después de su primer partido como primera base titular, dejaba este mundo. Cal Ripken, un caballero de otros tiempos, superará el hito establecido por Lou en el 1995 y llegará a aparecer en 2632 duelos consecutivos. Este hito incluso agradeció más la fábula del alemán de Manhattan.

La trayectoria del mítico numero 4 muy pronto se trasformó en el guion de una película. Gehrig fue encarnado por Gary Cooper y “El orgullo de los Yankees” se convirtió en un clásico. Hollywood quiso adentrarse en la personalidad del campeón y en su vida privada al lado de la inseparable esposa Eleanor, que había llevado al altar 7 años antes que morir. Sin embargo las palabras pronunciadas por el actor, en la escena que reproducía la inolvidable despedida, no fueron exactamente las mismas. Incluso la pronuncia de Cooper, nativo del Estado de Montana se alejaba del acento neoyorquino del campeón. No importa. Lo que quedará para la eternidad son sus proezas sobre los diamantes, su extraordinario carácter ganador y su inigualable humanidad que aquel 4 de julio de 1938 los altoparlantes del templo han divulgado hacia todo el mundo.