Un diluvio de casta y plata: García Bragado

Atletismo | Campeonatos de Europa

Un diluvio de casta y plata: García Bragado

Un diluvio de casta y plata: García Bragado

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Jesús Ángel García Bragado ganó ayer su quinta medalla en la alta competición: dos en Europeos y tres en Mundiales. Marchó de atrás adelante en una durísima prueba de 50 kilómetros, remontó rivales y se alzó con la quinta medalla española en Gotemburgo.

Señor, espere, por favor". En las puertas de acceso al Centro de Prensa y al Ullevi Stadion, la ciudad de Gotemburgo ha dispuesto azafatas, suecas de pura cepa, que someten al periodista extranjero a un lánguido cuestionario sobre las excelencias turísticas de la ciudad. No son de la división comercial del Santander Central Hispano. Son suecas. Y, cuando una sueca te llama, un español suele pararse. No ayer. No entre el diluvio. Patinando entre la cortina de agua, la gente corría para alcanzar a una flecha roja que marchaba derrapando entre las curvas de un arroyo. La flecha era Jesús Ángel García Bragado. El arroyo, el circuito de dos kilómetros que rodeaba al Ullevi. "Por ahí pueden pasar nadando", observó Niurka Montalvo, bien a cubierto en el Hotel Gothia Towers. No hubo que inventar una nueva modalidad de triatlón, o los 50 km de marcha estilo libre.

Justo cuando empezó el diluvio, hacia los 15 km, un juez había apartado de la carrera al ruso Nizhegorodov, líder del año, casi como un policía atrapa a un tironero. En cabeza braceaba un grupo que incluía a los rusos, los mejores letones, un polaco de nombre absolutamente impronunciable (prueben: Magdziarczyck), el francés Diniz, el noruego Nymark... y dos españoles: Odriozola y Bragado, cuyo estilo heterodoxo se hace aún más agónico por sus problemas de cadera: el 6 de septiembre será operado de lo que se conoce como síndrome femoroacetabular. El tratamiento indicado es el llamado Impeachment. "Recordad eso que le hicieron a Nixon y Clinton", dijo Bragado.

Y excepto Bragado, ningún ser de los llamados sensatos, aguantaría como él una marcha de 50 km bajo este temporal. Con Nizhegorodov detenido por las autoridades, el noruego Nymark fue dando tiempo al grupo hasta los 40 km: ahí empezó a capotar y dejó pasar al francés Diniz. Bragado, que se había mantenido a distancia de golpeo, en torno a un minuto de retraso, y con los jueces despavoridos, había apostado por la caza del francés: "Diniz era mi objetivo real, no Nymark. Me sorprendí cuando le pillaba", contaría después. A los 45 km, el corsario Bragado, ayudado por el recuerdo de las granizadas que le descargan en Lleida ya recogía cadáveres rusos, polacos, letones y de otras latitudes. Diniz ya se escapaba, pero Nymark petaba, y entre los km 47 y 48, Bragado le cazó, tras una curva-poza en la que derrapó y casi se cae como Luis Ocaña en 1971, Col de Menté, Pirineos, cerca de Lleida.

A falta de un kilómetro, Bragado se quitó la gorra y la arrojó a una avenida que era un pequeño océano. En ella iban los sinsabores de la cadera, la caña del Ayuntamiento de Lleida y las palizas amargas por caminos rurales. Iba dejando de llover y se abrían nubes de plata. En la meta, a 1:09 del campeón, Diniz, surgió Bragado, la flecha roja entre la bruma. Agarró con furia una bandera española y, empapado pero feliz, se subió a una de esas nubes de plata. Odriozola entró sexto. Una locura. Sí que Bragado es bragado. Tiene más mérito aún: no necesitó nadar.