Melancolía consagrada

Melancolía consagrada

Llegó como la penúltima apuesta de Joan Gaspart para hacerse querer por una afición descreída. Topó con un entrenador histérico, que le hizo evidente su desamor. Él respondió con una melancolía que creció tanto que al final melancolía y Riquelme resultaban sinónimos. El cántaro se le rompió cuando dejó de ser mágica la esperanza que depositábamos en él. Jugó a trompicones en partidos importantes, marcó algún gol difícil, pero nunca fue verdaderamente decisivo (desde hace mucho tiempo el Barça no hace nada que sea verdaderamente decisivo). En la fabricación de su melancolía contribuyeron sus compañeros, que le negaron sal y pan, y le envolvieron con un manto de indiferencia. Riquelme estaba solo, no era una metáfora.

No se lo merecía. En él se ejemplifican ahora las culpas del Barça del pasado, capaz de aburrir a sus grandes estrellas, metidas en la atmósfera de mezquindad que ha vencido al club hasta dejarlo en la cuneta. Ahora que la directiva es nueva y diferente, y que aun tiene la oportunidad de permitirle que demuestre quien es, habría que pedir que el jugador se quede. Los que somos riquelmistas sabemos, en contra de aquellos personajes de García Márquez, que jugadores así siempre tendrán una nueva oportunidad sobre la tierra. Al lado de Ronaldinho -¡y de Saviola!-cuántas lecciones nos podría dar aun su intensa, sabia melancolía.