Figo, los claveles y el cochinillo

Primera | Espanyol - Real Madrid

Figo, los claveles y el cochinillo

Cada vez que Figo coge el puente aéreo nos recorre un escalofrío por todo el cuerpo. No hace falta tirar de memoria para rescatar los sucesos sufridos en sus dos apariciones por el Camp Nou como jugador del Madrid. Pero en Montjuïc, Figo es respetado y hasta le lanzan claveles.

Luis Figo regresa al lugar de los hechos. Mejor dicho, a la misma ciudad. A Barcelona, el escenario que para él y su familia (allí conoció a su esposa, la bella Helene) fue un paraíso durante cinco años para convertirse luego (desde que blanqueó su carrera profesional) en un infierno que puso en peligro su integridad física. Este lisboeta de 30 años prefiere no hablar de ello, pero tardará en olvidar la pesadilla que le tocó vivir en el Camp Nou aquella noche de autos del 23 de noviembre. Todo tipo de proyectiles pasaron por encima de su cabeza, desde una botella de JB (posiblemente rellenada con whisky de garrafón)... ¡a la cabeza asada de un cochinillo!

Joan Gaspart, sumido ya en esa espiral de locura transitoria que le impide analizar con frialdad sus actuaciones, le llamó "provocador". Figo respondió con fiereza, el Camp Nou fue clausurado por dos partidos (espero que cuando mi hijo llegue a la pubertad haya cumplido el Barça su merecido castigo) y Joan Manuel Serrat se unió al grupo de culés honorables que repudió uno de los capítulos más tristes de los 103 años de historia de un club grande que lucha por evitar quemarse a lo bonzo.

Pero Figo jugará hoy de corto en la parte de Barcelona donde es recibido con más cariño, donde la aplauden hasta los fallos. De hecho, hace dos años la afición del Espanyol (la mayoría madridistas en segunda ronda del draft de sus sentimientos) le resarció del terrible trato que tuvo el luso en su primera visita al Camp Nou con la camiseta número 10 del Real Madrid.

Desde las gradas de Montjuïc se vivió una segunda revolución de los claveles (perfecto para un portugués) y le tiraron docenas de ellos en lugar de latas de cerveza, móviles y botellas de coca-cola. Esos claveles iluminaron el talento del Balón de Oro de aquel año (2000) y premió tanto afecto con un magistral gol de golpe franco desde fuera del área. El Madrid ganó 1-2 a un Espanyol que terminó arrepentido de ser tan buen anfitrión.

Figo prefiere coger el puente aéreo para jugar en un estadio tan emblemático como Montjuïc. Al menos, aquí sabe que podrá tirar los córners sin que su cabellera corra peligro.