Cruzado contra los ultras

Cruzado contra los ultras

Guus Hiddink ha sido siempre un cruzado contra el hooliganismo. Poco después de llegar a Valencia, amenazó con mandar a su equipo al vestuario si la Policía no retiraba unas pancartas con simbología nazi que unos seguidores radicales exhibían en Mestalla. Un año antes , cuando entrenaba al Fenerbahce turco, ya había dado muestras de que ante los gamberros no hay que ceder ni un ápice: tras una derrota por 6-1, éstos invadieron el campo de entrenamiento y Hiddink avisó de que dimitiría si se repetían hechos de parecida naturaleza.

No es de extrañar, por tanto, que el técnico holandés haya meditado muy en serio mandarlo todo al garete por la carta anónima con amenazas de muerte que recibió poco después de regresar al PSV Eindhoven. Hiddink no es de ésos a los que se les va la fuerza por la boca y tengan por seguro que se irá a su casa (a la de Madrid, claro) si re repiten las amenazas.

El fútbol está necesitado de tipos bragados como Hiddink. Con un puñado como él, los ultras habrían dejado de tener cabida en el fútbol hace mucho tiempo. Hiddink ve el fútbol como lo que es, una actividad lúdica, y esa visión se ha visto reforzada en su periplo por Corea, donde los aficionados (que todavía no han heredado las malas costumbres de sus vecinos europeos y suramericanos) van a los estadios a animar sin parar a su equipo, pero repudian la violencia. Ejemplos como el de Hiddink son cada vez más necesarios.