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SELECCIÓN

Doctor Cota: “Había formas más elegantes de despedirme”

El médico de la Selección se enteró de su cese a través de una llamada telefónica y sin ningún tipo de explicación. Repasa en AS más de dos décadas en la Federación.

Actualizado a
El doctor Cota posa para AS en las instalaciones de la Ciudad Deportiva Afouteza.
Salvador SasDiarioAS

¿Cómo es la infancia de un niño que vive en un cuartel de la Guardia Civil?

Yo la recuerdo con mucho cariño. Nací en A Estrada, pero de aquella época casi no tengo recuerdo porque enseguida trasladaron a mi padre. Estuvimos en varios cuarteles, en Valga, en Forcarei, en Asturias... Era una vida muy familiar, con las familias de todos los guardias. Antes lo habitual era vivir en los cuarteles, ahora ya viven más fuera. A veces me encuentro con pacientes que son guardias civiles jubilados que sirvieron con mi padre y recordar aquella época me hace mucha ilusión.

Sus primeros años fueron en dictadura, ¿se llegó a dar cuenta?

La verdad es que no tengo recuerdo de la dictadura. En el momento que muere Franco yo tengo nueve años y no tengo un recuerdo claro. Nuestra vida en el cuartel era muy simple, humilde como éramos todos en aquel momento. Sí recuerdo el momento de la muerte de Franco, la imagen de la televisión, pero no recuerdo la dictadura.

¿Y la constante amenaza de ETA?

Eso sí lo sufrimos mucho, y fíjate que estoy hablando de un cuartel de un pueblo pequeño en el noroeste. Yo he visto muchas lágrimas en mi casa cuando se daban las noticias de guardias civiles muertos. Tengo visto a mi madre rezar cuando mi padre salía por la puerta de uniforme. No quiero ni imaginar lo que pasaron en la zona dura de verdad, pero nosotros lo vivíamos con mucha tensión, a pesar de estar lejos.

¿Usted se movía por todo el cuartel?

Me acuerdo que en nuestro cuartel no teníamos calabozo. Aprendí muchas cosas allí. Nunca tuve una charla con mi padre de contarnos cosas de la vida, pero me ha dado ejemplos cada día de los que he aprendido. Yo he visto traer detenidos a nuestra casa a comer. Mi madre y mi padre le daban de comer a algún detenido que no tenía a dónde ir y estaba comiendo con nosotros. Mi padre me daba ejemplos de honradez y de valores.

¿Y su madre?

Quizás diferentes. Mi madre me sigue dando ejemplos hoy de buena persona. Siempre me dijo que palabras como gracias, lo siento o por favor abren más puertas que ninguna otra cosa.

¿Su carrera como portero comenzó en el patio del cuartel?

No exactamente. Yo ahí jugaba al fútbol sin porterías porque a ninguno nos gustaba mucho ponernos de portero, así que con dos mochilas hacíamos porterías pequeñas y jugábamos sin portero. En el momento que empiezo ir al colegio en A Estrada y por mi complexión, que casi era más ancho que alto, empecé a ponerme de portero. Por aquel entonces, un equipo de la zona, el Callobre, necesitaba un portero y fui a hacer las pruebas. Me tropezaron un par de balones y ahí empecé a asimilar lo que es ser portero, que no sólo es ponerse debajo de los palos.

¿Es muy complicado ser guardameta?

Es una idiosincrasia muy diferente y el que no ha sido portero, no la entiende. Mentalmente no tiene nada que ver con el resto de futbolistas y es muy difícil de entender lo que tiene que pasar por la cabeza de un portero. Está muy solo, muy poco comprendido, incluso por la Prensa también. Me llama la atención cuando se ensalza el remate y se ningunea la intervención del portero porque parece que es algo sencillo. La expresión detiene sin problemas creo que se usa demasiado.

No llegó a la élite pero estuvo a las puertas.

Después del Callobre, me fui a los juveniles del Pontevedra y ahí tuve unos años muy buenos, donde me desarrollé como deportista y portero. Mi primera convocatoria con el primer equipo me llega a los quince años y después iba puntualmente. Tuve que viajar mucho con el primer equipo, pero no llegué a debutar y esa espina me quedó clavada. Luego me fui al Compostela porque ya estaba estudiando medicina y era complicado compaginarlo. Tenía que estudiar en el tren y al fichar por el Compos fue mucho más sencillo.

¿Cómo es compaginar estudios y fútbol?

En aquel momento lo veía bastante complicado, pero viéndolo hoy creo que me ayudó mucho porque tuve la posibilidad de atender a dos facetas de la vida importantes para mí. Supuso un esfuerzo, eran horarios difíciles, pero no es algo de súper hombre.

¿Llegó a ser médico y futbolista a la vez?

Compaginé algo porque después del Compostela me fui al Ordes y al año siguiente al Vilalonga, donde estuve seis o siete años. Hicimos historia llegando a jugar la fase de ascenso a Segunda B y recuerdo aquel día con el campo lleno hasta los topes, había hasta gente subida a los postes de la luz. Fue una experiencia fantástica. Después me fui a acabar en el Estradense con la idea de no tener horarios.

Club en el que luego fue presidente.

Sí. Fue por una petición del alcalde, que me pidió que entrara en el club porque estaban pasando por un momento económico complicado. Siempre digo que fui presidente por teléfono. Ya estaba trabajando en la Federación y tenía un grupo de gente muy válida que me rodeaba y fueron los que en realidad llevaron a cabo todo el trabajo que suponía llevar un equipo. Ser presidente de un equipo humilde supone mucho trabajo de relación porque hay que conseguir todo y tienes que pedir ayuda a gente que no tiene porqué dártela, pero el fútbol tiene un componente social y la gente lo asume sin problema. Lo haces por pasión, por una necesidad que te piden y porque te sientes en deuda con esa gente.

Hablando de pasiones, ¿Cuándo nace la suya por Elvis?

El día que se muere. Yo tenía once años y estaba en casa sin atender mucho a la televisión, que mi padre estaba viendo el telediario. En un momento dado dan la noticia de que se muere un cantante, levanto la cabeza y me llama la atención. Coincide que mi hermano, que es mayor que yo, tenía un casete, lo escuché y ahí empezó todo. A raíz de eso empecé a buscar, a coleccionar y a apasionarme por la música, por el carisma y por la forma de actuar de Elvis. Hasta hoy. Y sigue.

¿Hasta dónde llega su pasión por Elvis?

Pues mira, en el quirófano siempre pongo música de Elvis para operar, muy a pesar de mis enfermeras. La pongo bajita, eso sí, pero hasta que no empieza a sonar Elvis, no empieza la operación.

También le encantan las motos.

Me gustan sí, aunque soy algo tardío. Tuve una época de odio porque mi profesión lidia con las lesiones traumáticas y en las motos he visto cosas irreparables, por eso quería apartarlas de mi vida. Pero empecé con una scooter pasados los cuarenta y mi siguiente paso fue la Harley por filosofía. Me encanta dar paseos, no me gusta la velocidad. Las veces que he tenido que decirles a unos padres que su hijo había muerto fue en accidentes de moto. Y eso te deja marcado, mucho. Es muy duro.

Me imagino que su padre también tuvo que comunicar la muerte siendo guardia civil. ¿Tenía una ligera idea de lo que era?

Comunicarlo no tanto, pero sí vivirlo. Mi padre hacía un poco de todo y tenía que ir a los accidentes. Por eso él dejaba clarísimo que en casa nada de moto.

¿Alguna pasión más?

El cine clásico. No me gusta mucho el cine de ahora, salvo excepciones. Me encantan las películas en blanco y negro, le encuentro algo especial por cómo son capaces de transmitir las historias sólo con luces y sombras. Y me gusta el cine clásico porque los actores transmitían historias con la mirada, que es muy difícil de hacer. Siempre pongo el ejemplo de Casablanca, cuando Humphrey Bogart ve por primera vez a Ingrid Bergman. Las miradas que se cruzan sin decir nada cuenta la historia que les ha pasado. Me gustan directores como John Ford, Howard Hughes, Billy Wilder o muchos de serie B que hacen películas fantásticas. Los primeros veinte minutos de ‘Centauros del desierto’ cuentan un montón de cosas que no se dicen con palabras, son detalles que hoy no se ven.

¿Cómo llega a la Federación?

De una forma accidental. Un día estoy en el hospital y tengo que operar a una persona mayor, en aquel momento me llamó Genaro Borrás para decirme que esa persona era familiar de alguien de la Federación Española. Operamos a esta mujer, fue bien y esta persona, que era el secretario general de la Federación (Gerardo González), me llama un día porque quería hablar conmigo. Nos juntamos para hablar y se sabía mi vida entera. Sabía que había jugado al fútbol, que estaba de médico en el Pontevedra y en el Teucro de balonmano y me dice que en la Federación estaban buscando médicos que hayan jugado al fútbol, que sepan algo de vestuarios y si me apetecería. A mí se me ponen los ojos como platos, porque era aunar mis dos pasiones, y me voy a casa con una sensación de ser un niño pequeño al que le acaban de hacer un gran regalo. Pero pasaban los meses y nadie me llama. Hasta que un día sí recibo esa llamada. Me llamó el jefe de los servicios médicos, el doctor González Ruano, para explicarme que quería hablar conmigo. Fui a Madrid, me reuní con él y me explicó que había mucha gente que quería entrar allí, pero que buscaban un perfil como el mío. Esto fue en el año 2000 y en 2001 empecé mi primera concentración con una selección sub-15. Estuve bastantes años con las inferiores. Al Celta llegué en julio de 2008, después de haber estado en un campeonato con la Sub-20, y a finales de ese mes me llamaron para decirme que me incorporaba a la Absoluta.

¿Cómo vivió esos primeros años en las categorías inferiores?

Recuerdo perfectamente el primer día que llego a una concentración. En la habitación me pongo el polo de la Selección, me miro al espejo y no me lo creía. Llamé a casa diciendo que no me lo creía, es la sensación de vivir un sueño que yo no he soñado. Ahí conozco a gente fantástica como Juan Santiesteban, Iñaki Sáez, Ginés Meléndez, Armando Ufarte... que me ayudó durante este tiempo. Fue algo duro porque yo estaba trabajando en el Hospital Quirón y en las inferiores no tienes programadas las concentraciones y además estabas con varias selecciones. Igual me llaman hoy para decirme que en dos semanas había entrenamientos de la sub-15 de lunes a miércoles, así que yo tenía que cambiar las consultas, las guardias y los quirófanos para pasarlos a sábados y domingos. Fue duro por eso, pero fue una experiencia maravillosa. Ahí conocí a chavales maravillosos con los que luego coincidí en la Absoluta.

Como por ejemplo, Fernando Torres.

Es mi hermano pequeño. Por cercanía desde el primer momento y porque vivimos esa fase, como me pasa con Iniesta, de estar en campeonatos de categorías inferiores cuando aún ellos no eran conocidos. Nos conocemos muy bien desde hace mucho tiempo.

Antes del Mundial 2010, Torres viaja a Vigo casi a la desesperada para recuperarse de cara a Sudáfrica. ¿Cómo fue aquello?

Tuvo una rotura de menisco que tuvo que reoperarse tiempo después y esa operación fue con el tiempo justo para llegar al Mundial, pero no había otra alternativa. Después de la operación, se vino a Vigo para hacer sesiones de recuperación diarias. Pasamos por épocas eufóricas de que íbamos muy bien a épocas en las que veíamos imposible que llegara. El esfuerzo que tuvo este chico en ese momento fue excepcional, llegó por tesón. En la conversación que tuve con Del Bosque le dije que igual no estaba para jugar 90 minutos el primer partido, pero estaba recuperado. Durante el campeonato aún le dio algo la lata, pero me quedo con su participación en el gol de Iniesta.

Tiene que ser difícil unir al corazón con la cabeza a la hora de tomar la decisión final.

Totalmente. Es muy fácil tomar decisiones cuando la mente y el corazón van en la misma dirección, pero cuando están en direcciones contrarias es más complicado. En este caso, también valoré la personalidad de Fernando, porque él tolera la molestia. Si fuera otro jugador le diría que no podía ir. Mi consejo fue medicamente objetivo.

Su primera gran cita fue el Mundial de Sudáfrica. Eso es entrar por la puerta grande.

Me acuerdo perfectamente del primer día de concentración, que fue un 24 de mayo, y dentro nadie hablaba de ganar el Mundial. Creo que todos lo pensábamos, pero nadie lo exteriorizaba. Después llega el varapalo de Suiza y aparece la estadística de que ningún equipo que perdió el primer partido había ganado el Mundial. El éxito de aquel Mundial fue saber gestionar aquella derrota.

¿Cómo influye usted en el ambiente del vestuario?

Yo he vivido vestuarios de Regional Preferente y no es demasiado diferente del de la Selección Absoluta. Al final son chavales jóvenes con las mismas inquietudes. La única diferencia es que uno tiene un cochazo y el otro tiene uno más pequeño, pero las inquietudes y las bromas son las mismas. Cualquier persona que esté en el vestuario tiene que ayudar. Yo puedo ser médico, pero puedo ayudar al utillero a recoger el material, por ejemplo. A mí siempre me gustó mantener un ambiente de buen humor y eso lo llevé poco a poco a la Selección. En la Absoluta al principio me corté un poco, pero después ya no.

Hasta el punto de imitar a Elvis en el vestuario.

Sí, lo hacía en los entrenamientos alguna vez.

En las semifinales del Mundial, quedan veinte minutos para que salga el autobús y le llama Xabi Alonso.

Fue un secreto que guardamos durante muchos años. A veces la contaba en los congresos sin decir el nombre, porque ayuda a aprender qué hacer y qué no hacer en ciertos momentos. El autobús salía a las seis y media y yo me estaba poniendo el traje porque ya eran las seis y diez. Entonces, me llama Xabi Alonso y con una voz muy quebrada me dice: ‘Doc, ven por favor a mi habitación’. Voy allí, abro la puerta y veo un charco de sangre en la entrada. Voy al cuarto de baño y veo la mampara de la ducha toda rota en el suelo. Entro y está Xabi con la postura del pensador, de Rodin, y con una toalla puesta encima de la rodilla toda teñida de rojo. Sin decir nada, me la levanta y veo una herida grande, de unos 12 centímetros, que le cogía la piel, el tejido subcutáneo y le afectaba un poco al músculo del vasto interno. Me explicó que al salir de la ducha, se desenganchó la mampara, ésta rompió y un trozo le guillotina la rodilla. Él me mira y me dice: ‘Doc, haz lo que quieras, pero tengo que jugar’. Ahí la cabeza me dice que no puede ser, pero estás ante un jugador que es tu amigo y que va a jugar el partido más importante de su vida. Entonces, le vendo y le digo, no vamos a decir nada y ya veremos. Subimos al autobús y me acuerdo de la tensión, que todos la tenían por el partido y la mía era por Xabi Alonso. Nos acercábamos al estadio y yo iba pensando qué hacer. Cuando llegamos al estadio, había una zona de aguas muy amplia que no usábamos, así que nos metimos allí y le dije, vamos a intentarlo. Yo me planteé que si le ponía anestesia, podía ir todo bien y no había riesgo para él. Le suturé la zona con una sutura poco estética, pero fuerte y sólo le pedí que si en el calentamiento notaba algo, había que decir la verdad. Le puse un vendaje del color de la media y no se lo dije absolutamente a nadie porque no quería tener cómplices. En aquel partido pasé la tensión del resultado, pero sobre todo pasé la tensión por si a Xabi le pasaba algo. Al acabar me dio un abrazo y desde aquel día me llama Doctor Sheppard, por el de ‘Perdidos’. El secreto lo mantuvimos hasta ahora. A Del Bosque se lo dije en una cena años después, pero no lo había comentado ni siquiera en casa.

¿Ha sido el problema más comprometido que ha tenido?

En cuanto a tener que tomar una decisión así de rápida, sí. Después hay decisiones de jugadores que se lesionan y tienes que decidir si puede continuar o no. A veces un futbolista tiene un esguince, que no es nada grave, y el entrenador te pide que decidas en 30 segundos si puede seguir o no. Y no es fácil.

Después del Mundial, se lesiona Villa. Usted está en la cirugía y es su acompañante día y noche.

Él me pidió que estuviera en la operación y me quedé un par de días, no por ser jugador de la Selección, sino por ser amigo mío. Estuve con él en esos peores momentos que son después de una operación así. Yo siempre me llevé muy bien con todos. Intentaba hacerles ver que estaba para ayudarles en cualquier momento. En aquellas noches en el hospital con Villa actuaba de médico y de amigo. Por suerte, fue todo bien. Llegó a la Eurocopa y no fue mal.

Cuando viajó a Qatar, ¿ya sabía que sería su último Mundial?

No es que lo supiera, pero tenía una cierta intuición. Pese a ello, no lo viví diferente, lo viví igual que el resto.

¿Estuvo en el casting para entrar en el Twich de Luis Enrique?

No. Ni se lo planteé yo, ni él a mí. La verdad es que lo hizo muy bien. Le admiro mucho como entrenador y como persona, porque tiene una cosa fundamental, que no tiene parte de atrás. Siempre va de frente en todo, cuando tiene que decirte algo, te lo dice. Para mí es un entrenador excepcional, de lo mejor que he conocido en mi vida, y personalmente fantástico.

Su etapa en la Selección acaba con una llamada de teléfono.

La gente que toma la decisión tiene la potestad de hacerlo así. Es probable que haya formas más elegantes de hacerlo, pero no le doy importancia.

¿Qué motivos le dieron?

Ninguno.

¿Después de tantos años, no se merecía una explicación?

Yo creo que sí. Los motivos que me llegan no los voy a decir porque no son oficiales, pero sí puedo decir que si esos son los motivos, estoy muy orgulloso. A mí no me gusta irme de la Selección en este momento, pero los que han tomado la decisión seguro que piensan que es lo mejor. Pero repito, si los motivos para prescindir de mí son los que a mí me llegan del entorno, estoy muy orgulloso de que piensen eso, porque eso lo iba a seguir haciendo.

“Es un familiar más” o “el ambiente que genera en el vestuario es más importante que los jugadores” son frases de futbolistas que usted ha tratado.

Una cosa que tiene el deporte es que son personas, cada uno con sus características. Yo soy un defensor de que lo que haces en el vestuario se traslada al campo, y no sólo en los buenos momentos, sino sobre todo en los malos momentos. Si en el campo estás mal y en el vestuario estás mal, es muy difícil que salgas de ahí. En todo lo que pueda ayudar para que el ambiente sea bueno, lo seguiré haciendo.

Me han dicho que le pregunte por la actuación de los Hermanos Torrichi.

(Risas). Pues eso sí que es un gran secreto. Cuando estaba en las inferiores, en las concentraciones largas hacía unos montajes de cada jugador con fotos para montar historias que yo me inventaba. Iniesta, Torres o Piqué estaban en estas historias y gustaba mucho. En la Absoluta no lo hacía, pero un día Busquets me pide que haga algo de esto. Entonces, montamos un espectáculo que era como una entrega de premios, como si fuera la gala de los Oscar, y había películas que eran montajes de películas reales, pero con las caras de los jugadores, del entrenador, de directivos y de todos los que estamos allí. Me dio un trabajo de la leche, pero gustó mucho y lo repetimos varias veces. En Qatar tuve que hacer un montaje con casi sesenta películas. Tú imagínate la entrega de los Óscar y eso era lo que hacíamos más o menos. Los premios eran de guasa, al que tiene más grasa, al más pequeño... Era para reírnos todos de todos.

Hay otra anécdota que me han contado de usted. Un jugador joven se rompió el cruzado, usted le citó a una hora y él llegó puntual, pero usted llegó algo tarde y todo empapado. Y aún por encima le dijo que venía de una cata de vinos...

(Risas). Sí, es cierto. Que conste que sólo lo hago con la gente que tengo mucha confianza y para quitarle hierro al asunto. Es mi forma de ser y no la fuerzo. Una de las cosas que me pasaba en la Federación es que yo pienso que nosotros tenemos que ser lo más anónimo posible y, claro, en la Absoluta hay 200 cámaras. Cuando llegué estaba más pendiente de que no me cogiera una cámara y dejaba de hacer cosas que tenía que hacer para no salir en la cámara. La forma de ser de cada uno es diferente. Yo he llorado en muchos vestuarios.

¿Qué día fue el que más lloró?

Pues lloré mucho el día que el Pontevedra logró el ascenso. Lloré mucho también el día que el Celta perdió el ascenso a penaltis en Granada. Lloré por motivos diferentes en la final de Sudáfrica. Lloré también el día que el Celta ascendió a Primera, que yo estaba con la Selección. Estaba escuchando la radio antes del partido contra China y lo que lloré aquel día no está escrito. Todos entraron del calentamiento y me preguntaban qué me pasaba.

¿Hasta cuándo piensa seguir?

Pues todavía no me lo he planteado, pero espero que Dios me dé la sabiduría o la madurez suficiente para saber cuándo tengo que dejarlo.

¿El fútbol y la medicina le han quitado mucho tiempo de la familia?

Sí, es inevitable. Hay ciertas profesiones en las que la familia tiene que entender la profesión de uno y la mía la ha entendido. Ahora tengo un hijo estudiando Medicina y desde el primer día le he dicho que escogía la profesión más maravillosa del mundo, desde el punto de vista de poder ayudar a la gente, con sus partes malas cuando no eres capaz de ayudar a la gente y la deuda de tiempo que vas a tener para muchas cosas