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El misterio del campamento de verano

Roberto Santiago

imagen portada capitulo futbolisimos el misterio del campamento de verano

—Por favor, cuéntanos qué te ha pasado —dijo mi madre.

—Dilo de una vez, nos tienes en ascuas —insistió mi padre.

Helena y yo miramos a nuestro amigo, que estaba atacado de los nervios.

Angustias levantó la canoa con ambas manos y… ¡Se puso a hacer un bailecito!

Nunca había visto a Angustias así.

—¿¡Qué haces!? —exclamó Helena.

—Ha perdido la cabeza —murmuré.

—Es que… es que… ¡estoy muy contento! —gritó Angustias.

—Pues hace un segundo parecía que estabas angustiado —dijo mi madre.

—Eso también… angustiado… y contento… ¡todo a la vez! —respondió Angustias.

—Suéltalo ya —pidió mi padre.

—Resulta que el comandante Corominas dijo que teníamos que hacer la yincana con canoa ya mismo —explicó Angustias—. Empezamos en el río, teníamos que encontrar una llave de la cabaña y luego una bandera de cada equipo, era muy difícil. Los del Manchester City iban en cabeza y los del Boca Juniors se dedicaban a hundir las canoas de los otros equipos, y todos estaban muy nerviosos y discutían y se echaban agua… y yo me aparté y me escondí, así que nadie se fijó en mí… ¡y encontré la llave oculta entre unas piedras de la orilla! ¡Y abrí la cabaña! ¡Y coloqué la bandera del Soto Alto en el mástil! ¡¡¡He ganado la yincana!!! ¡¡¡Toma, toma, toma!!!

Le miramos con los ojos muy abiertos.

¡Angustias había ganado la yincana en canoa!

¡Menuda sorpresa!

¡Había ido dando saltitos por el camino de tierra, celebrando su victoria!

Continuó dando brincos hacia el campamento, feliz.

Viéndole así, no parecía Angustias.

Le seguimos hasta que llegamos a la explanada frente a la cabaña.

Efectivamente, allí ondeaba la bandera con el escudo del Soto Alto.

La yincana había terminado.

A los pies del mástil se habían agolpado casi todos los participantes.

Marilyn, Ocho, Camuñas y los demás recibieron a Angustias como un héroe.

—¡Increíble! —dijo Marilyn—. ¡Eres un crack, Angustias!

—¡Lo hemos conseguido! —bramó Toni—. Bueno, sobre todo tú, angustiado, enhorabuena, menuda potra.

Ocho y Tomeo abrazaron a Angustias.

Felipe y Alicia le subieron en hombros.

—¡Oe, oe, oe, Angustias, oe, oe, oe! —corearon todos.

—Primero, Ocho en el waterpolo, ahora Angustias en la yincana… —dijo Laura—. ¡Este campamento transforma a los niños, ja, ja, ja!

Entre risas y aplausos, le mantearon.

Los otros participantes hacían comentarios de todo tipo, algo decepcionados por no haber ganado.

Un gran marcador se encendió, con los puntos que había obtenido cada equipo en esta prueba:

Soto Alto: 10 puntos

Manchester City: 8 puntos

Boca Juniors: 6 puntos

Por lo visto, los ingleses habían llegado en segunda posición con la bandera.

A continuación, se actualizó el cómputo general de la competición:

1º Boca Juniors: 22 puntos

2º Manchester City: 21 puntos

3º Soto Alto: 19 puntos

—Ganamos la yincana y el waterpolo, y aun así seguimos los últimos —se lamentó Felipe.

—Demasiado bien vais para lo malos que sois —gruñó el abuelo Benemérito.

—Matemáticamente, los tres equipos tenemos posibilidades de ganar —calculó Anita—, dependiendo de lo que pase en la última prueba.

—Olvidaos de ganar —replicó Benemérito—. Y aunque ganéis, olvidaos de llevaros ningún trofeo. Todo esto es una pérdida de tiempo…

—Abuelo, no seas cascarrabias —intervino Ocho—. ¡Acabamos de ganar la yincana contra todo pronóstico!

—Ya, ya, eso sí, nadie daba un duro por vosotros —rezongó una vez más Benemérito.

En ese momento, un pitido rasgó el aire y nos dejó a todos medio sordos.

—¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

El comandante Corominas estaba allí en medio, fuera de sí.

Nos señalaba a mis padres y a mí como si fuéramos un fantasma.

—¡Vosotros no podéis estar aquí! —exclamó.

—No se lo tome así, comandante, que le va a dar algo —contestó mi madre.

—¡Estabais expulsados! —dijo Corominas.

—Perdónelos, comandante —intercedió Helena—. Es que me he perdido por el bosque. Por suerte me han encontrado y me han traído de vuelta al campamento.

—Pobrecita la niña —dijo mi padre, disimulando.

—Perfecto, pues ahora largo, fuera de aquí —sentenció Corominas, señalando el camino de regreso.

—Nos iríamos encantados, pero se ha estropeado el motor de la caravana y no arranca —dijo mi madre—. Tendremos que quedarnos hasta que lo arreglemos. Qué lástima, de verdad.

Corominas resopló.

—No me gusta esto, no me gusta —dijo.

—A nosotros tampoco, pero no tenemos más remedio —suspiró mi madre—. La avería es cosa seria, la correa de transmisión o algo de eso...

Corominas emitió un sonido, como un animal enfadado.

—Grrrrrrrrr…

—Agradecemos mucho su comprensión y hospitalidad, comandante, es usted un buen hombre —añadió mi padre.

El comandante parecía muy contrariado.

—Está bien, está bien —aceptó—. Pero compórtense, hagan el favor. Y tengan controlado a ese niño, es un gamberro de tomo y lomo.

—Cuidado con lo que dice de mi hijo —le advirtió mi madre—. Le hemos informado por cortesía, pero ni este campamento ni estas montañas son suyas. Nos quedaremos todo el tiempo que necesitemos, faltaría más.

—¡PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!

Corominas hizo sonar el silbato a pleno pulmón.

Incluso los guardias que le acompañaban temblaron.

—Ya veo que ha recuperado el silbato, comandante pitiditos —dijo mi madre, arqueando las cejas.

—Algún gracioso me lo había escondido —respondió Corominas—. Pero al final la ley siempre triunfa.

Ambos se miraron desafiantes.

—Haya paz —medió Laura—. No han tenido más remedio que regresar, ahora todos tan amigos.

—Sí, tan amigos… pero mucho ojito —mustió Corominas.

Mi madre abrió la boca y dijo lo que estaba deseando decir:

—¡Pamplinas!

Y dio media vuelta.

Corominas, muy enfadado, se encaminó a la cabaña, seguido de los seis guardias.

—¿Y vosotros por qué me seguís a todas partes? ¿¡Es que no tenéis nada mejor que hacer!? —gritó Corominas.

—Sí, comandante… perdón, comandante…

En cuanto entró en la cabaña, todos los participantes empezaron a murmurar.

Que si era un mandón.

Que si era muy raro que mis padres y yo hubiéramos vuelto al campamento.

Que si Angustias estaba tan contento que parecía otro.

Mis padres, Helena y yo nos miramos.

Teníamos que seguir adelante con el plan.

Solo había un problemilla.

Las únicas que no estaban en la explanada eran precisamente las cuatrillizas.

Ni rastro de ellas.

—Me alegra que hayas regresado, Pakete —dijo Camuñas.

—Yo también, estaba deseando volver con el equipo —respondí—. Por cierto, ¿habéis visto a las cuatrillizas?

—Ni idea —dijo Marilyn—. Poco después de empezar la yincana, desaparecieron.

—Estarán haciendo sus cosas de cuatrillizas —dijo Tomeo, rascándose la cabeza—. ¿Vamos ya a cenar?

—Pero si todavía no han llamado —indicó Ocho.

—Deben estar a punto, las tripas me hacen ruidos, esa señal no falla nunca —aseguró Tomeo.

Estaba atardeciendo.

En unos minutos llamarían para la cena. Y luego mandarían a todo el mundo a las tiendas de campaña.

Helena se había alejado del grupo.

Estaba hablando con Parker Parkenson.

No sé qué le estaría diciendo, pero no me gustaba que siempre estuvieran con secretitos.

Y menos ahora que teníamos una misión tan importante en marcha.

Mi padre nos miró a mi madre y a mí.

—Lo mejor será que nos dispersemos —propuso—. Así tendremos más posibilidades.

—¿Más posibilidades de qué? —le preguntó Felipe.

—De… o sea… ya me entiendes… más posibilidades así en general —respondió mi padre, aturullado.

—Ni caso, Emilio está muy nervioso por culpa de la avería —intentó justificarle mi madre—. Es que la correa de transmisión tiene mucha tela, je, je.

—Yo sé mucho de motores, puedo echar un vistazo a la caravana —se ofreció el abuelo Benemérito.

—Hombre, qué sorpresa, Benemérito, muchas gracias—dijo mi padre, atragantándose—. Pero ya nos ocupamos nosotros, esta caravana es un modelo muy reciente, no creo que lo conozcas, casi todo el sistema es eléctrico...

—Os noto un poco raros desde que habéis vuelto —dijo Alicia—. ¿Pasa algo?

Mis padres y yo suspiramos, agobiados.

—Nooooooooooooooooooooooooooooo —contestamos los tres a la vez.

Capítulo 15 de El misterio del campamento de verano de los Futbolísimos

De acuerdo, no estábamos disimulando muy bien.

En ese momento, se acercó Angustias y nos señaló:

—¡Lo que les pasa es que han descubierto al ladrón del Trébol de Oro! ¡Son las cuatrillizas! ¡En realidad, han vuelto para buscar pruebas, lo de la avería es una excusa que se han inventado!

Lo dijo del tirón.

Todos nos miraron atónitos.

—¿Eso es verdad? —preguntó Laura.

—Responded, ¿es cierto lo que ha dicho Angustias? —repitió Laura.

—Sí, o sea… las cuatrillizas son las ladronas —asintió mi madre.

—Y nosotros estamos aquí en una misión secreta —confirmó mi padre, bajando la voz—. Aunque ahora que lo sabéis todos, ya no es muy secreta.

—¿Las cuatrillizas son las ladronas? —preguntó Benemérito—. ¿Esas mocosas? ¿Estáis seguros?

—¿Cómo lo sabéis? —preguntó Alicia.

—Lo sabemos porque todo encaja —expliqué—. Ellas son las que mejor conocen la zona. Estaban aquí las primeras, antes que nadie. Y saben muy bien cuál es el valor del trofeo. Y dónde esconderlo. ¡Y todo!

Me miraron con escepticismo.

—Vale, también lo sabemos porque salen en una foto que hizo Helena por la noche —admití—. Se las ve al fondo, junto a la orilla, arrastrando el Trébol de Oro.

Todos los presentes emitieron un «ooooooooooooh».

—Si eso es así, ¿por qué no lo contáis y que las detengan? —inquirió Anita.

—Muy buena pregunta —afirmó mi padre—. Porque esa foto es muy oscura y no se distingue bien. ¡Necesitamos una prueba sólida, irrefutable!

—Para eso hemos vuelto —dijo mi madre—. Para desenmascarar a las ladronas y recuperar el trofeo.

—Con la ayuda de todos, seguro que lo conseguimos —afirmé.

—¡Podemos rodearlas y acusarlas y hacer que confiesen! —dijo Toni.

—No, no, no —rebatí—. No hay que acusar a nadie. Tenemos que disimular y conseguir una prueba antes.

—Vale, vale —dijo Camuñas—. Entonces… ¡nos dividimos en grupos y no les quitamos el ojo de encima! ¡Vamos a espiarlas a saco!

—Que nooooo, tampoco es eso —dije—. Se trata de que no se note que las estamos espiando. Debemos seguir haciendo cosas normales, como dar un paseo, o un baño en el río…

—O cenar —propuso Tomeo.

—A ver si lo entiendo —recapituló Alicia—. Queréis que seis adultos y nueve niños espiemos a las cuatrillizas sin que se note. ¿Y qué buscamos exactamente?

—¡Ajá, esa es la cuestión! —asintió mi padre—. Buscamos el Trébol de Oro, claro. Pero también nos puede valer una pista, una prueba, un indicio, una conversación sospechosa…

—¡No tiene sentido! —gruñó el abuelo Benemérito como de costumbre—. ¿Para qué queremos más indicios ni pistas si ya sabemos quiénes son las ladronas? ¡Estáis mareando la perdiz! ¡Agarremos a esas sinvergüenzas y que confiesen!

—¡Eso es lo que yo he dicho! —intervino Toni.

—¿Y si lo niegan todo? ¿Y si no confiesan? —dijo mi padre, desesperado—. En ese caso, todo se desmoronaría, ellas se pondrían a la defensiva y ya no podríamos pillarlas. No hay que acusarlas hasta que tengamos una prueba sólida.

—¡Bobadas! ¡Podemos acusarlas ahora mismo! —insistió el abuelo.

—¡Yo soy detective, soy el profesional! —exclamó mi padre, perdiendo la paciencia—. ¡Hacedme caso o no sacaremos nada en claro!

—¡Yo tengo más años que nadie aquí! —bramó Benemérito—. ¡Y por experiencia sé que cuanto antes se afronten estas cosas mucho mejor!

—En eso a lo mejor lleva razón el abuelo —sugirió mi madre—. Al fin y al cabo, son niñas, no criminales.

—¡Juana! ¿Tú también? —dijo mi padre—. Estamos en un punto crucial del caso. ¡Hay que disimular, seguirlas, espiarlas! ¡Hay que obtener una prueba!

—¡Lo que hay que hacer es regañarlas, ponerles un buen castigo y san se acabó! —replicó Benemérito.

—Son dos estrategias distintas, ambas interesantes —intercedió Felipe—. ¿Y si votamos?

—Eso, votemos —le secundó Laura.

—¿Qué ocurre? ¿Qué votáis? —preguntó Helena, acercándose.

—Resulta que los mayores son igual que nosotros—murmuró Ocho—. También terminan votando porque no se ponen de acuerdo.

—Vamos a votar la estrategia a seguir con las cuatrillizas y el robo —resumió mi padre.

—Creía que eso estaba claro —dijo Helena.

—Yo también lo creía —se quejó mi padre.

Laura se puso en medio y dijo:

—Que levanten la mano los que quieran seguir con el plan de Benemérito. Acusar ya mismo a las cuatrillizas en público hasta que confiesen.

El abuelo Benemérito levantó la mano. La propia Laura también. Y mi madre. Toni. Marilyn. Ocho. Y Tomeo.

—Ahora que levanten la mano los que estén a favor de mi plan —dijo mi padre—. Seguir a las cuatrillizas disimuladamente hasta obtener una prueba.

Mi padre levantó su mano. También Alicia. Felipe. Camuñas. Anita. Helena. Y yo.

Marilyn contó los votos y recapituló:

—Empate a siete.

Anita nos señaló y dijo:

—Qué interesante. Si os fijáis, los del grupo rojo y negro han votado por Benemérito. Y los del azul y amarillo, por Emilio.

—Es una muestra muy reveladora de las distintas personalidades —comentó Felipe—. Está claro que tiene que significar algo.

—Significa que los tristes y los que van de alegres no tienen ni idea de la vida real —zanjó Benemérito—. Venga, ¿quién falta por votar?

Todas las miradas se dirigieron a…

—Angustias —dijo mi madre—. ¿Por qué no has votado?

—Yo me abstengo, ya me he esforzado mucho en la yincana, estoy agotado —respondió Angustias—. A mí dejadme tranquilo.

—Entonces, ¿cómo desempatamos? —preguntó mi padre.

Una voz rompió el silencio:

—I can vote!

Todos nos volvimos hacia la voz.

Se trataba de… ¡Parker Parkenson!

—I can vote —repitió, sonriendo, ajustándose su gorra con el número 1.

—Dice que él puede votar —tradujo Anita.

—Pero ¿este muchacho también sabe todo lo que ha pasado? —dijo mi madre, asombrada.

—Se lo he contado yo —admitió Helena.

—Se lo cuenta todo —dijo Camuñas, encogiéndose de hombros.

Parker se acercó a mí y me dijo:

—Sorry, yo antes pensar que tú ladrón, perdona, yo disculpar.

—Hum —contesté.

—Parker Parkenson, como capitana tengo que decirte varias cosas —soltó Marilyn—. No nos caes bien. Eres un chulito. Un metomentodo. Por tu culpa expulsaron a Pakete. Ah, y siempre vas de guay. Pero, ya que estás aquí… yo digo que votes.

—No puede votar, no es del Soto Alto —rebatió Toni.

—¿Votamos para decidir si Parker puede votar? —propuso Camuñas.

—Dejaos de historias —cortó Alicia, y se dirigió directamente al portero inglés—. Venga, ¿qué opinas? Tu voto desempata.

Le observamos expectantes.

—Yo votar que todos espiar quadruplets —aseguró Parker.

—Quadruplets significa cuatrillizas —explicó Anita.

—Mola cómo suena: “quadruplets” —sonrió Ocho.

—Espiar a ellas —siguió Parker—. Todos espiar hide… disimular… y buscar prueba de robo.

—Bien votado —dijo mi padre—. Hala, pues ya está, ha ganado la opción más lógica: la que yo proponía, ejem.

—Todos a espiar a saco, ¡me encanta! —añadió Camuñas.

—¿Podemos ver esa famosa foto, Helena? —preguntó Ocho.

Helena sacó su teléfono móvil y todos nos arremolinamos a su alrededor.

Mostró la fotografía en la que se veía a Tomeo y a mí fuera de la tienda de campaña en plena noche.

Amplió la foto con los dedos. Allí estaban las cuatrillizas en una esquina de la imagen, junto a la orilla.

Una arrastraba el Trébol de Oro.

Y las otras tres la seguían a unos pocos pasos de distancia.

—Está muy oscuro… y borroso —dijo Ocho.

—Todo esto es un disparate —gruñó el abuelo Benemérito—. Esa foto no demuestra nada.

—Por eso necesitamos una prueba más clara —recordé.

—Helena se ha saltado las reglas del campamento y tiene su móvil, ayyyyy —se lamentó Angustias—. Y las cuatrillizas son las ladronas, ayyyyyy. Con lo bien que me caía Molly, ayyyyyyyyy. ¡Y pensar que hace un momentito estaba tan contento con la yincana, ayyyyyyyyyyyyyyyyyy!

Después de aquello, nos organizamos: el plan era muy simple.

Permanecer en el campamento muy atentos, observando a las cuatrillizas.

Seguir todos sus movimientos hasta que las pilláramos. Durante la cena, las cuatrillizas tampoco aparecieron por la cabaña.

¡Era imposible espiarlas si ni siquiera estaban allí!

A lo mejor se habían ido con el trofeo robado y no volvían nunca.

O quizá lo estaban escondiendo en otro lugar.

El caso es que desde nuestro regreso no había ni rastro de ellas.

Tras la cena, recogimos todo y el comandante Corominas hizo tres anuncios.

El primero, que al día siguiente por la mañana se disputaría la última competición, el fútbol: un partido triangular entre los tres equipos.

El segundo, que después de terminar el fútbol, se acabaría el campamento por ese año. Teniendo en cuenta las circunstancias excepcionales, habían decidido acortar la duración. Todos los participantes volverían a casa antes de lo previsto.

Repitió dos veces lo de “circunstancias excepcionales”.

Y el tercer anuncio… uf, el tercero fue que yo podía quedarme en el campamento con mis compañeros. Pero no podía participar en el partido. Seguía castigado.

Le rogué al comandante que me dejara jugar.

Mi padre trató de interceder.

Mis entrenadores también.

Incluso mi madre pidió disculpas para que me permitiese jugar.

Pero nada, fue inflexible.

—Es mi última palabra: el niño Pakete no juega —sentenció—. ¡Todos a descansar, que mañana será un gran día!

Y de remate, hizo sonar el silbato.

—Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Al menos, me dejó pasar aquella última noche con mis amigos.

En la tienda de campaña, estábamos un poco desanimados.

—Solo tenemos unas horas para descubrir una prueba definitiva del robo y ganar un partido de fútbol contra los dos mejores equipos del mundo —resumió Camuñas.

—Ayyyyyyyyyyyyyyyyy —suspiró Angustias.

—¿Creéis que tenemos alguna posibilidad de conseguirlo? —preguntó Ocho.

—Pues claro, ¿y sabéis por qué? —dijo Helena.

—¿Porque encontramos un trébol de cuatro hojas? —apuntó Marilyn.

—¿Porque nos lo merecemos? —dijo Toni.

—¿Porque hemos cenado salchichas rellenas y natillas de postre que estaban buenísimas? —dijo Tomeo, relamiéndose.

—Por una razón mucho más importante —aseguró Helena—. ¡Porque somos los Futbolísimos!

—Ah, eso sí.

—Claro.

—Ya te digo.

—Y cuanto más difíciles se ponen las cosas… más nos esforzamos —continuó Helena—. Venga, equipo, ¿vamos a ganar mañana el triangular?

—¡Sí! ¡Sí! ¡A por ellos!

—¿Y vamos a pillar a las cuatrillizas con las manos en la masa?

—¡Sí! ¡También! ¡Aunque no aparezcan por ninguna parte!

—Pues venga, a dormir —zanjó Helena—. Mañana en cuanto salga el sol nos pondremos en marcha. ¡Nos espera un gran día por delante!

Cerramos los sacos y tratamos de descansar.

No era fácil con tantas emociones.

Esta vez no se trataba de resolver un misterio.

Se trataba de poder demostrarlo.

Era casi más difícil.

A través de una rendija en la cremallera de la tienda de campaña, podía ver las estrellas en el cielo.

Casi sin darme cuenta, se me cerraron los ojos.

Cuando volví a abrirlos, los primeros rayos de sol brillaban.

Y cuatro rostros me miraban fijamente.

Allí delante estaban… ¡Las cuatrillizas!