Junto al río, unos metros más allá, vi una figura que se movía sigilosamente.
¿Quién sería aquella sombra?
Como estaba tan oscuro, no pude distinguirlo bien.
Imposible saber de quién se trataba.
Fuera quien fuera, arrastraba un bulto muy pesado… ¡el Trébol de Oro!
Era el ladrón.
Allí mismo.
Delante de nuestras narices.
—Tomeo… Tomeo… mira… —señalé, tratando de no hacer ruido.
Pero mi amigo estaba a lo suyo.
Retorciéndose de lo inflado que estaba.
Se sujetaba la barriga.
—Nunca volveré a comer tanto, lo prometo —se lamentó.
—Tomeo, mira allí, por favor —insistí.
—Espera, espera, que me parece que… sí… sí… —dijo.
Y en ese momento, ocurrió.
Tomeo… ¡se tiró un pedo!
Pero no un pedo cualquiera.
Un pedo monstruoso.
Un pedo gigantesco que debió oírse por todo el valle.
¡PRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR!
No me gusta hablar de pedos.
Ni siquiera me gusta decir la palabra «pedo».
Pero fue lo que sucedió.
—Uy, perdón —se disculpó Tomeo—. Es que estoy muy empachado y tengo gases.
De inmediato, alguien abrió la cremallera de la tienda de campaña.
Y se asomaron los demás.
—¿Qué ha sido eso? ¿Un oso? —preguntó Angustias, temblando.
—¿Dónde vais a estas horas? —dijo Ocho.
—No se puede salir de la tienda —recordó Marilyn.
—Es que me encontraba un poco mal, y Pakete me ha acompañado fuera —explicó Tomeo.
—Pero ¿y ese ruido? ¿Ha pasado algo? —dijo Camuñas, alarmado.
—Vaaaale, he sido yo, me he tirado un pedo —admitió Tomeo, bajando la voz—. Ahora ya me encuentro mucho mejor, qué momento más malo…
Camuñas empezó a reírse como si fuera lo más gracioso del mundo.
—¡Pedo! ¡Pedo! ¡Tomeo se ha tirado un pedo, ja, ja, ja! —dijo.
—¡Pedo, prrrrrrrrrrrrrrrrr! ¡Ja, ja, ja! —siguió Toni.
—¿De qué os reís? —intervino Helena—. ¿Oís la palabra pedo y os partís de risa? ¿Es que tenéis cinco años ahora?
—Lo siento —dijo Camuñas, aguantándose la risa.
—Yo también, es que ha sido un ruido gigantesco, creía que había ocurrido algo grave —continuó Toni.
Miraron a Tomeo, conteniéndose.
Anita dijo:
—Los pedos son ventosidades, gases naturales del cuerpo humano.
Y eso ya fue el colmo.
—Lo de Tomeo no ha sido natural, parecía que iba a estallar el campamento, ja, ja, ja —aseguró Camuñas.
—PRRRRRRRRRRRRR, ja, ja, ja —dijo Toni.
Y todos a reír otra vez.
Incluidas Helena y Anita.
Hasta el propio Tomeo se rio.
Tal vez, en otras circunstancias, yo también me habría reído.
Pero en aquel momento no me hacía ninguna gracia.
¡Acababa de ver al ladrón cruzar con el Trébol de Oro!
¡¡¡Y lo único que les preocupaba era un pedo!!!
—¡Por favor, acaba de ocurrir una cosa muy importante! —exclamé.
—Ya, ya, Tomeo el pedorretas, se ha tirado el pedo más importante del verano, ja, ja, ja —contestó Camuñas.
Y venga a reírse otra vez.
Aquello era imparable.
Busqué con la mirada cerca del río.
La figura que había visto un rato antes había desaparecido.
Di unos pasos hacia allí y nada.
Ni rastro.
—¿¡Se puede saber qué hacéis!?
La voz cavernosa del comandante Corominas surcó la oscuridad.
—¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
Hizo sonar su silbato y se plantó delante de nuestra tienda.
—¿¡Cómo os atrevéis a salir de la tienda en mitad de la noche!? —bramó Corominas—. Sois unos irresponsables, unos desobedientes, unos… ¡Piiiiiiiiiiii!
—Cuando ya no sabe qué decir, usa el silbato —apuntó Helena.
—¡Silencio! —ordenó Corominas.
De las otras tiendas, fueron llegando el resto de participantes.
—What´s happening? —preguntó una de las niñas inglesas, con cara de sueño.
—Ya están los del Soto Alto liándola —dijo el chico argentino de grandes gafas.
—Se escapan en mitad de la noche y luego lo pagamos todos —añadió Rosaura, la mujer argentina.
También aparecieron nuestros entrenadores y Laura.
—¡No me digáis que os habéis vuelto a escapar! —exclamó la alcaldesa—. ¡Sois lo peor!
—No, mamá, de verdad que no… —intentó explicarse Anita.
Los otros seis guardias forestales llegaron al trote.
—¡Os dije que vigilarais las tiendas! —gritó Corominas—. ¡No se les puede dejar solos ni un minuto a estos granujas!
—Perdón, comandante —se disculpó uno de los agentes, el más joven.
—¡Ni perdón, ni perdón! —estalló Alexander Corominas—. ¡Tenemos una responsabilidad! ¡Y esa responsabilidad la vamos a cumplir! ¡Quiero orden! ¡Quiero disciplina! Quiero… quiero… ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
Todo el mundo se asomó con curiosidad.
—Tranquilícese, hombre de Dios, que le va a dar un pasmo —dijo Felipe.
—Tanto tocar el silbato no puede ser bueno —comentó Alicia.
—¡Quiero una explicación! ¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Corominas, muy serio.
Levanté la mano y respondí:
—Verá, comandante, hace un momento he salido con mi compañero Tomeo a tomar el aire, porque estaba un poco mareado, ¡y he visto al ladrón allí mismo! ¡Junto al río! ¡Arrastraba el Trébol de Oro! ¡Luego ha desaparecido!
—¿¡¡¡QUÉ!!!?
Un murmullo recorrió el lugar.
Miraron hacia el lugar que yo señalaba, pero ya no había nadie.
—¿¡Has visto al ladrón con el trofeo!? —dijo Helena, sorprendida.
—¿Y por qué no nos has dicho nada? —preguntó Marilyn.
—¡Si no me habéis dejado! —me justifiqué—. Venga a reíros con el pedo de Tomeo… ¡Y mientras el ladrón ha cruzado el campamento sin que nadie lo detuviera!
—Sois unos gamberros, salís sin permiso de la tienda, os tiráis pedos, y encima ahora os inventáis como excusa que habéis visto al ladrón —dijo Corominas, enfadado—. ¡Esto es intolerable! Es… ¡Piiiiiiiiiiiiiiiii! ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
—Perdón, comandante, el pedo me lo he tirado yo —confesó Tomeo—, es que he cenado demasiado. Pero ya estoy mucho mejor, gracias.
—¡Lo del ladrón es cierto! —insistí—. ¡Llevaba el Trébol de Oro! ¡Estaba ahí mismo, en la orilla del río! ¡Lo prometo!
—¡Ya está bien! ¡Se acabó! —bramó Corominas—. ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
A este paso, nos iba a dejar sordos.
Después de los pitidos, se hizo el silencio.
—¡Todos de vuelta a las tiendas de campaña! ¡YA! —ordenó el comandante—. Mañana a primera hora empezaremos con la competición de waterpolo en el río. Hasta ese momento no quiero oír ni un ruido o habrá consecuencias.
—Pero el ladrón… —traté de decir.
—¡Ni ladrones, ni pedos, ni nada! —me cortó—. ¡No hay excusas! ¡Vamos, vamos, todo el mundo a dormir! ¡Y vosotros, los agentes forestales, a vigilar, quiero que estéis muy atentos toda la noche! ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
Los guardias se cuadraron y formaron un perímetro en torno a las tiendas.
Nosotros regresamos sin rechistar.
Una vez dentro de la tienda, nos acomodamos de nuevo en los sacos.
—Gracias por ayudarme antes —me dijo Tomeo.
—De nada —respondí, aún desconcertado—. Os aseguro que vi al ladrón, no me lo estoy inventando.
—Yo no vi a nadie, lo siento —musitó Tomeo.
—Puede que te lo imaginaras, Pakete, está muy oscuro —señaló Anita.
—O puede que el pedo te nublara la vista, prrrrrrrrrrrrrrrr, ja, ja, ja —bromeó Toni.
Volvieron a reírse.
Pero yo sabía lo que había visto.
—Yo sí te creo, Pakete —dijo Helena.
—Yo también —se sumó Ocho—, más o menos.
—Yo también. Además, mejor pensar que era el ladrón y no un fantasma —comentó Angustias.
—Suponiendo que fuera el ladrón —intervino Camuñas—. ¿Por qué iba a cruzar el campamento arriesgándose a que le pillaran?
—Ni idea —contesté—. A lo mejor quería esconder el trofeo en la orilla del río, o puede que se lo estuviera llevando lejos, no puedo saberlo…
—¿Os habéis fijado quién no estaba ahí fuera cuando todos se han asomado? —preguntó Helena.
Con todo el lío, no me había parado a pensar en eso.
—Ya sé lo que vais a decir —contestó Ocho—. Mi abuelo no ha aparecido. Pero eso no significa nada. Quizá se ha quedado dentro de la tienda de campaña.
—O quizá es el ladrón —señaló Camuñas.
—Tampoco estaban por ninguna parte las cuatrillizas —recordó Marilyn—. Siguen siendo sospechosas, en mi opinión. Son las que mejor conocen todo esto.
—Tampoco he visto a Parker —afirmó Toni—. Estaban todos los de su equipo, pero de él, ni rastro.
—Exacto —dijo Anita—. Parker Parkenson fue quien acusó al abuelo Benemérito, ¿os imagináis que fuera el ladrón?
—Yo no me lo imagino, porque estaba en la tirolina con nosotros cuando se produjo el robo —le defendió Helena.
—Cosas más raras se han visto —suspiró Angustias.
—No sé quién será el ladrón, pero lo que sí sé es que lo he visto hace unos minutos —dijo—. Era una silueta junto al río y arrastraba el trofeo robado. Eso es lo único seguro.
—Seguiremos investigando, para eso somos los Futbolísimos —propuso Marilyn—. Pero ahora vamos a dormir, que mañana nada más levantarnos tenemos la prueba de waterpolo.
—Nos darán el desayuno antes, ¿verdad? —dijo Tomeo, agobiado—. Hacer deporte sin una buena alimentación puede ser peligroso, eso lo sabe todo el mundo.
—Hace un momento estabas empachadísimo, ¿y ya estás pensando en comer? —pregunté.
—Estoy bien —respondió Tomeo.
—Gracias al pedo, prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr, ja, ja —dijo Toni.
—Es que no hay nada como un prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr para ponerse bueno, ja, ja, ja —apuntó Camuñas.
Mis compañeros volvieron a reírse.
Todos hacían pedorretas con la boca y se partían de risa.
El propio Tomeo también se reía.
En ese momento, me di cuenta de que yo era el único que aún no se había reído.
—Haz una pedorreta, Pakete, mola mucho —me animó Ocho—. Prrrrrrrrrrrrrr, ja, ja, ja…
Me daba corte.
Pero me animé.
Y con la boca hice:
—PRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR.
Ya sé que es una tontería, pero me sentó bien.
Mis amigos se rieron conmigo.
—¡Silencio! —ordenó uno de los agentes forestales que hacía guardia.
Nos quedamos callados, aguantando la risa.
Justo antes de dormirme, alguien me cogió de la mano.
Giré la cabeza para ver de quién se trataba.
Era Helena con hache.
Esta vez no pensaba soltarla.
Me quedé dormido agarrado a ella.
Por fin pude descansar después de un día muy largo.
Soñé que jugábamos al waterpolo y que el agua del río estaba muy fría. Yo temblaba y temblaba hasta que…
¡WHAAAASH!
Me desperté de golpe.
Alguien me había echado un chorro de agua en el rostro.
Miré a mi alrededor.
Ya era de día.
La tienda estaba vacía, mis compañeros habían salido.
De pie, asomado desde fuera, estaba el comandante Corominas, con una cantimplora abierta.
—¿Se te han pegado las sábanas, jovencito? —me dijo—. Vamos, arriba, que empieza la competición. ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
Vaya manera de empezar el día.
Me tiraba agua a la cara para despertarme y me pegaba un pitido.
Puff.
Me puse en pie y salí de la tienda de campaña.
Aunque era temprano, hacía un sol espectacular.
Todos los participantes se arremolinaban en la orilla del río, niños y mayores.
Al parecer, estaba a punto de empezar la prueba de waterpolo.
Tomeo llegó corriendo a mi altura.
—Mira, nos han dado un batido de leche y frutas, una manzana y una barrita de cereales para desayunar, está buenísimo —dijo, mostrándome una pequeña bolsa—. He cogido el tuyo, si no lo quieres, me lo puedo tomar yo.
—Trae, gracias —respondí, cogiendo mi desayuno.
No tenía mucha hambre, pero no quería que Tomeo se volviera a empachar.
—Ah, y nos ha tocado el primer partido contra el Manchester City —anunció mi compañero—. Date prisa, está a punto de empezar…
Salió corriendo hacia el río.
Le seguí. Allí estaba el Soto Alto, calentando a las órdenes de nuestros entrenadores.
—Lo bueno del waterpolo es que son equipos de siete jugadores, igual que en el fútbol siete —dijo Felipe—. Lo malo es que… no tenemos ni idea de cómo se juega, je, je.
—No os preocupéis —intervino Alicia—. Un recordatorio rápido: en el waterpolo no se puede coger el balón con las dos manos, no se puede salpicar ni hacer ahogadillas, no se puede esconder el balón bajo el agua…
—Pues vaya, no se puede hacer nada divertido —protestó Camuñas.
Laura llegó corriendo, muy contenta.
—Mirad, nos han dado unos gorros azules para el partido —dijo—. Son muy chulos, ¿verdad?
Nos los pusimos. La verdad es que apretaban bastante. Eran unos gorros de waterpolo con protección especial en las orejas por los posibles balonazos.
—A ti a lo mejor no te caben, orejas, je, je —le dijo Toni a Camuñas.
—Eres muy gracioso —replicó el portero—. Ya verás durante el partido, lo voy a parar todo.
—¿Con las orejas? —preguntó Toni—. Ja, ja, ja…
—Ya está bien —le cortó Alicia—. Concentraos. En realidad, esto es como el fútbol, solo que en el agua. Jugaremos con Camuñas en portería; Angustias, Tomeo y Marilyn en defensa; Helena y Toni en el medio, y Pakete arriba, de delantero.
—En waterpolo al delantero centro se le llama pivot o boya —aclaró Anita.
—Pues eso, Pakete de boya —confirmó Alicia—. Lo importante es que juguéis en equipo, como siempre.
Unos gritos llegaron desde la otra orilla.
—¡So-to-Al-to-ga-na-rá! ¡RA-RA-RÁ!
Eran mis padres, sonriendo y aplaudiendo, entusiasmados.
Nos saludaron con la mano.
Helena me dijo en voz baja:
—Tus padres tampoco estaban anoche en el campamento cuando salió todo el mundo.
—Seguro que dentro de la autocaravana ni se enteraron —les justifiqué—. Cuando duermen, no oyen nada.
Por un momento, pensé en la posibilidad de que mis padres fueran los ladrones. Era totalmente absurdo. Mi padre había sido policía y ahora era detective privado. Se dedicaba justo a resolver robos. Además, ellos no eran unos delincuentes.
Borré la idea de la cabeza y me centré en el partido.
—Venga, muchachos, que lleváis un rosco en la competición —dijo el abuelo Benemérito, acercándose—. A ver si espabiláis un poco.
—Gracias, abuelo, estamos muy mentalizados —dijo Ocho.
—Tú de suplente otra vez, ¿verdad? —le contestó el abuelo—. Casi mejor, que esos tienen pinta de que os van a golear.
Enfrente de nosotros estaban los jugadores del Manchester City. Llevaban puestos unos gorros blancos, supongo que para diferenciarlos de nosotros.
Parker Parkenson levantó las manos y exclamó:
—I’m Big Parker! The best goalkeeper in the world!
Sus compañeros contestaron:
—The beeeeeeeeeeeeeeeeeeeest!
—We’re the Big City! The best team in the world! —gritó Parker.
—The beeeeeeeeeeeeeeeeeeeest! —corearon todos.
—Dicen que son los mejores del mundo —tradujo Anita.
—Ya, ya, les hemos entendido —dijo Marilyn.
—¡Al agua, equipo! —bramó Alicia.
Entramos en el río.
A pesar de que el sol brillaba en lo alto, estaba muy fría.
—Creo que se me ha congelado el pie, ay —suspiró Angustias.
—¡Si es que sois unos flojos! —gruñó Benemérito.
Habían colocado dos porterías sobre el agua, enganchadas a unos árboles.
Los jugadores del Manchester City se zambulleron en perfecta coordinación.
—We’re the beeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeest! —clamaron al unísono.
Nosotros nos fuimos colocando poco a poco.
Aunque apenas cubría, la corriente arrastraba el agua con fuerza, no resultaba sencillo moverse.
De pie en la orilla, el comandante Corominas mostró un balón amarillo con líneas negras.
—¡Bienvenidos al waterpolo-río! ¡Voy a ser vuestro árbitro! —anunció—. ¡Quiero juego limpio! ¡El partido se dividirá en cuatro tiempos de cuatro minutos!
—Siempre todo de cuatro en cuatro —murmuró Helena.
—Ah, y una cosa muy importante —soltó Corominas—. Al finalizar la prueba de waterpolo, ¡el equipo con menos puntos será expulsado del campamento! ¡¡¡Hay que espabilar!!!
Ahora sí, nos concentramos.
Íbamos los últimos en la clasificación.
Si queríamos tener alguna oportunidad de seguir, debíamos ganar.
Parker Parkenson sonrió de oreja a oreja y me señaló.
—Fut-bo-lís-ti-cos out —dijo, vocalizando cada sílaba.
Y movió el pulgar hacia abajo.
—Ya veremos —respondí.
Los jugadores del Boca Juniors y del Tao Feiyu se arremolinaron para ver nuestro partido, después llegaría su turno.
—¡Empezaremos con un bote neutral! —dijo Corominas—. ¡Lanzaré la pelota al aire y un jugador de cada equipo saltará para hacerse con la posesión!
Como jugador más adelantado del Soto Alto, me tocó a mí.
Por parte del Manchester City, se preparó su delantera: una jugadora altísima.
El comandante hizo sonar el silbato.
—¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
Y lanzó el balón sobre el río.