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RUSIA-CROACIA

La suerte premió a Modric

Descomunal partido del madridista en un partido agónico. Rusia, que se adelantó, también llevó a una Croacia superior a los penaltis.

La suerte premió a Modric
KHALED ELFIQIEFE

El Mundial sumó otro héroe, Modric, al que la academia del fútbol quizá premie con un Balón de Oro. Ese juego ordenado, inteligente, absorbente del madridista sobrevivió a una Rusia inspirada por Stajanov y que llevó al límite a Croacia. Los rusos se llevaron el maillot de la combatividad, antídoto contra su inferioridad en buena parte del torneo y cayeron en los penaltis. Esta vez la ruleta no fue rusa y acabó entregándose al mejor, aunque fuese por un tubular.

Rusia ha acabado siendo un equipo con una misión, un grupo de futbolistas al servicio de un Estado que ha ido duplicado su objetivo sobre la marcha: esto iba de organizar bien, a mayor gloria de Putin, y ha acabado, de paso, en quedar bien en el campo, casi un milagro visto el trayecto de los últimos dos años. Ganarle a España le pareció a Rusia cobrar la extra y frente a Croacia no fue la misma selección insignificante ante la que se autolesionó La Roja.

Croacia tiene mejor paladar, el centro del campo más fino del campeonato y vive en primavera, pero de salida perdió el factor emocional. Rusia ha hecho fortuna en el torneo como tragamillas, corriendo el doble que el adversario, disimulando con sudor su falta de encanto, refugiándose en la tribu y el entusiasmo. También en Cheryshev, comandante inesperado. Llegó al Mundial muy a última hora, después de ser ignorado durante dos años y en su momento más difícil en España. Estuvo a punto de dejar el Villarreal en enero y se daba por segura su venta en verano. Pero su izquierda ha sido capaz se remolcar una selección y un país.

Camino del drama

En un partido poco ornamental, combinó con Dzyuba en el centro del campo, escapó al cerco de cinco croatas y metió un izquierdazo de película que cambió el guión, aunque a esas alturas Croacia se veía en las mismas que España. Perdida en la horizontalidad, calculando el espesor del muro, esperando la flaqueza de un equipo peor pero que esta vez presionó más arriba, consciente de que quien mueve el centro del campo mueve el mundo y el Mundial. Ni Modric ni Rakitic, muy perseguidos, pudieron de salida descolocar esa doble barrera de Cherchesov y el equipo se vio afectado por la misma parálisis que La Roja. A Rusia le conviene que lo único que pase sea el tiempo. Y más tras su gol. Pero tiene sus limitaciones. Una de ellas echó el cable que necesitaba Croacia. Mandzukic progresó por la izquierda, probablemente extrañado de que nadie le diera el alto. Rusia se replegó fatídica y esperpénticamente hacia su portero y el exatlético esperó el momento para regalarle el empate a Kramaric. Petróleo en un balbuceo defensivo inexplicable.

Pasado el descanso y agarrado a Rebic, su jugador sorpresa, Croacia asumió su papel de equipo más influyente. Fue el comienzo del asedio, el asalto por los flancos (especialmente el de Vrsaljko), la soberbia comandancia de Modric, el disparo al palo de Perisic que se vio dentro desde Zagreb y se salió en Sochi, el abuso del mejor sobre el peor. Rusia no llegó a la sumisión de la prórroga ante España, pero acabó tras las barricadas.

La media hora extra le dio otra oportunidad, con Croacia muy quebrantada físicamente, con su portero al borde de la rotura de fibras, con Vrslajko KO, pero un cabezazo de Vida, amagado y no tocado por Corluka, pareció decidir el pleito. No fue el fin. Otro cabezazo épico de Mario Fernandes condujo a los penaltis. Allí sobrevivieron, otra vez, Croacia, Subotic y Modric, una megaestrella sin director de márketing. El torneo lo agradece,