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366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 7 DE JULIO

Naranja mecánica, campeón sin corona (1974)

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Naranja mecánica, campeón sin corona (1974)
ASTV

Los holandeses fueron al Mundial de Alemania como favoritos. A pesar de ser en Alemania, y a pesar de ser Alemania lo que era. Pero se entendía que no se podía jugar mejor. Como Holanda vestía de naranja, a aquella selección se la bautizó como la «naranja mecánica», título de una célebre novela de Anthonny Burgess que había dado lugar a una aún más célebre película de Stanley Kubrick, del mismo título. Se presenta en el Mundial tras ganar fácilmente en su grupo de clasificación frente a Bélgica,

Noruega e Islandia y presenta una novedad revolucionaria: las mujeres viajan con los futbolistas, duermen con ellos. El equipo rompe el tabú de que el sexo es malo. El seleccionador, Rinus Míchels (entrenador del Barcelona), defiende que normalizar la vida del jugador es lo más positivo, así que las esposas o novias viajan con ellos al campeonato.

En la primera fase de grupos confirman las buenas impresiones, saliendo primeros por delante de Suecia (que consigue empatarles), Uruguay y Bulgaria. En la segunda fase, de nuevo en liguilla, ya con la crème de la crème, van a más y barren a Argentina, Brasil y la RDA, que había conseguido ganar a la RFA en la primera fase con un gol de Sparwaser que se hizo célebre (como hemos visto en el día 23 de junio). Otra vez campeones de grupo, así que finalistas, con cinco victorias y un empate, catorce goles marcados y uno encajado. Enfrente, eso sí, la RFA, el equipo local. Pero había transitado por un camino más fácil. Y había perdido un partido. Y su fútbol era eficaz, pero mucho menos brillante. Y no tenía ningún jugador como Cruyff.

La final empieza de una forma fulgurante. Holanda saca de centro, toca, toca, toca, toca y en eso arranca Cruyff, se mete en el área por el callejón del diez, perseguido por Vogts, y Hoeness sale al cruce y le derriba: penalti. Lo lanza Neeskens, con su estilo clásico: potente, al centro, alto, donde debería estar la cabeza del portero. Maier se ha echado a un lado y es gol. Van 87 segundos y Holanda gana por 1-0 cuando ningún jugador alemán ha conseguido tocar todavía la pelota. En España, los barcelonistas celebran el gol como propio: Cruyff es del Barça, Neeskens está fichado para incorporarse al final del verano.

A partir de ahí el partido es intenso, con esa determinación que solo los alemanes saben poner en el fútbol, y con un marcaje excesivo de Vogts a Cruyff por todo el campo. En el 25’, una penetración de Hölzenbein termina en penalti, que transforma Breitner. En el 43’, Müller recibe en el área, parece dejarse el balón atrás pero consigue rehacerse y a la media vuelta bate a Jongbloed, portero con un tic que le tenía siempre haciendo unos guiños. Portero menor. En realidad, la portería era el talón de Aquiles de aquel formidable equipo, tanto si la cubría él como el gordo Schrijvers, que era la alternativa. El segundo tiempo es Holanda luchando contra un frontón, pero no hay manera. El partido transcurre entre faltas y faltas de Vogts a Cruyff, firme defensa alemana, buenas paradas de Maier y remates que se escapan por poco. Gana la RFA, un gran grupo, pero un equipo sin encanto, entrenado por el juicioso y prudente Helmut Schön.

Cuatro años después, Holanda, ya sin Cruyff, también alcanzará la final, también se verá en ella ante el equipo local, Argentina. También perderá, en este caso en la prórroga, a la que se llega tras un desgraciado tiro al palo de Rensenbrink en el último instante. Allí terminó esa generación. La «naranja mecánica» fue un campeón sin corona.